(Un cuento de la tradición oral marroquí que me contó mi madre)
Había una vez dos hermanos, uno tenía siete hijas y el
otro tenía siete hijos.
Y cada vez que se encontraban juntos en el mismo lugar,
en la mezquita, en el café, en reuniones con toda la familia o en fiestas con
los vecinos, el hermano que tenía siete hijos siempre se acercaba a su hermano
y le decía en voz muy alta:
— Levántate, tú que tiene siete Tristezas y déjame sentarme
a mí, que tengo siete Alegrías.
Y el pobre hermano, padre de las siete hijas, siempre se
sentía muy humillado y se levantaba sin decir nada.
Pero, un día, después de otra humillación similar, la
hija mayor (del que tenía siete hijas) le dijo a su padre:
— Padre, esto no puede continuar así, mi tío no puede
insultarte simplemente porque él tenga hijos y tú tengas hijas y, además llamarnos
“Tristezas”. Yo quiero desafiarle, mediante su hijo mayor, para demostrarle que
las chicas tienen tanto valor como los chicos y así haré que se calle para
siempre. Por eso, ambos debéis darnos, a mi primo y a mí, caballos, dinero y
mercancías para que las vendamos en otra ciudad… Así veremos quién puede lograr
mayor beneficio.
El padre aceptó, el tío también y la chica se vistió de
hombre y emprendió el camino con su primo.
Cuando llegaron a la ciudad más próxima, donde nadie les
conocía, se instalaron en un albergue y la chica le dijo a su primo:
—Oye, a partir de ahora, soy un hombre y debes llamarme “señor
Alí”.
A la mañana siguiente, la chica se levantó muy temprano,
tomó sus mercancías y, dejando a su primo todavía dormido, se fue al gran zoco
de aquella ciudad. Allí eligió a un joven comerciante de buen aspecto y de
rostro agradable y se presentó como el “señor Alí”. Le explicó que era un
comerciante extranjero que estaba de paso por aquella ciudad, le mostró las
mercancías que había llevado con él y le preguntó si podía venderlas en su
tienda a cambio de un porcentaje de las ventas. El joven comerciante aceptó e
invito al señor Alí a tomar té en su tienda y los dos empezaron a charlar muy
cordialmente alrededor de la mesa.
Al finalizar el día, los dos jóvenes habían vendido muy
bien sus respectivas mercancías y también habían simpatizado tanto que el
comerciante le dijo a su nuevo amigo:
—Amigo mío, en lugar de volver a tu albergue, que está muy
lejos del zoco, ¿por qué no vienes conmigo a cenar y a dormir a mi casa? Yo
vivo con mi madre y ella nos preparará una buena cena.
El señor Alí aceptó y, durante los días siguientes, se
repitió lo mismo, así que todos los días iban juntos al zoco y volvían juntos a
la casa donde vivía el joven comerciante con su madre.
Con el tiempo y, tras mucho conversar con el señor Alí,
el joven empezó a sospechar algo y un día fue a ver a su madre a la cocina y
empezó a hablarle de su nuevo amigo:
— ¡Ay, madre! Su belleza es la belleza de una mujer, pero es
un hombre… ¿Cómo puedo saber si, realmente, es un hombre o una mujer?
Y la madre le respondió:
—Pero, hijo mío, ¿qué dices?
Y viendo que su hijo insistía, le propuso lo siguiente:
—Hay una manera de averiguarlo… Voy a poner discretamente
pétalos de rosa debajo de su sabana y, como nosotras, las mujeres, estamos más
rellenitas y pesamos más que los hombres, si, de verdad, es una mujer, mañana
los pétalos estarán marchitos… Y si es un hombre, los pétalos estarán frescos…
Y así lo hicieron. Esa misma noche, sin ser vista, la
madre puso pétalos de rosa debajo de la sábana de la cama del señor Alí, pero a
la hora de meterse en la cama, el joven notó algo extraño y descubrió
los pétalos de rosa. Como era muy vivo, comprendió inmediatamente que
era una trampa para averiguar si era una mujer, así que le pidió a su amigo una
jarra llena de agua para beber durante la noche y pasó toda la noche rociando
los pétalos para que estuvieran frescos por la mañana.
Al día siguiente, mientras los dos jóvenes desayunaban,
la madre fue a comprobar el estado de los pétalos de rosa y, cuando su hijo le
pregunto, le dijo que los pétalos estaban muy frescos, por lo cual su amigo
tenía que ser un hombre y no una mujer.
El hijo no estaba convencido y repitió otra vez a su
madre la misma frase:
— ¡Ay, madre! Su belleza es la belleza de una mujer, pero es
un hombre… ¿Cómo puedo averiguarlo?
Entonces su madre le propuso:
—Lo que puedes hacer es llevar a tu amigo al zoco de las
joyas y, como nosotras, las mujeres, no podemos resistir la atracción de las
joyas, si es una mujer, verás que no puede resistir el encanto de las joyas.
Y así lo hizo. El joven llevó al señor Alí a ver las
joyas, pero este, sospechando otra vez que era una trampa, se mostró muy
indiferente y desdeñoso y le dijo:
—Pero amigo, ¿porque me has traído aquí? Estas son cosas
de mujeres y tú sabes que yo comercio con ropa de hombres, así que, por favor,
vámonos a las tiendas donde se venden cosas de hombres.
El joven estaba ya desesperado y, cuando volvieron a
casa, fue a ver su madre a la cocina, para informarle del fracaso tras la
segunda tentativa y le repitió otra vez la misma frase:
— ¡Ay, madre! Su belleza es la belleza de una mujer, pero es
un hombre… ¿Cómo puedo averiguarlo?
La madre, viendo a su hijo tan desesperado, le dijo:
—Hijo mío, a estas alturas, la única posibilidad que te
queda es invitar a tu amigo al hammam.
Y así lo hizo. El joven propuso al señor Alí que fuera
con él al hammam y le contó que su ciudad era muy famosa por sus baños
públicos y que él le invitaba al mejor hammam de la ciudad.
Es evidente que el señor Alí no podía rehusar y le dijo:
—Gracias por tu invitación, pero antes tengo algo que hacer
en el albergue, así que te propongo que te adelantes tú y yo me reuniré allí contigo
más tarde.
Luego, el joven indicó a su amigo dónde se encontraba el
hammam y se separaron.
El señor Alí fue al albergue donde había dejado a su
primo y le encontró completamente
arruinado, ya que había pasado todo el tiempo bebiendo o jugando a las cartas,
organizando fiestas durante las noches y durmiendo durante los días, así que no
solamente no había vendido ni comprado ninguna mercancía, sino que, además,
había gastado todo su dinero e, incluso, había vendido hasta su caballo para
pagar las deudas del juego.
El señor Alí le dio el dinero necesario para saldar todas
sus cuentas y, tras darle una carta, le dijo:
—Te necesito para una cosa importante, así que vas a
seguirme discretamente hasta el hammam y, cuando yo entre, tú esperarás
un poco y entrarás también en el hammam. Una vez dentro, preguntarás por
el señor Alí, sin mostrar que me conoces ni decir que eres mi primo; luego,
dirás que hay un mensaje muy urgente para él: que su padre está muy enfermo y
que él debe ir a verlo inmediatamente, si quiere alcanzarlo todavía vivo.
Y así lo hicieron. El señor Alí entro en el hammam
y encontró allí a su amigo, que le esperaba con mucha impaciencia. Apenas
empezó a desvestirse—cosa que hacía muy
lentamente—, se oyeron golpes muy
fuertes en la puerta del hammam y el primo entró bruscamente diciendo,
en voz muy alta, que buscaba al señor Alí para darle un mensaje urgente
concerniente a su padre. Luego, el primo hizo su papel y dijo todo lo
convenido. Oyendo esta mala noticia, el señor Alí, que se había quitado
solamente su jilaba, empezó a ponérsela de nuevo a toda prisa, mientras, su
amigo, muy desesperado, le decía:
—Por favor, amigo mío, al menos échate encima un cubo de
agua antes de irte.
Pero el señor Alí le respondió:
—Lo siento, amigo, pero debo marcharme inmediatamente para
ver a mi padre todavía con vida.
Y se fue con el primo. Pero antes de emprender su viaje,
fue a ver a la madre del joven comerciante y le dejó una carta para su hijo. La
carta decía:
—En verdad, soy una mujer y, si quieres verme de nuevo,
aquí tienes la dirección de la casa de mis padres.
Cuando la chica y su primo llegaron a su ciudad, ella
reunió a toda la familia, los vecinos y toda la gente del barrio, para hacerles
testigos de su triunfo. Allí les mostró cómo ella había vendido muy bien todas
sus mercancías y había logrado un enorme beneficio, pues había ganado mucho
dinero mientras que su primo poseía solamente la ropa que llevaba puesta y el
caballo que ella había comprado para él. Y así fue cómo ella ganó el desafío y
su tío reconoció públicamente que ella había demostrado triunfalmente que las
chicas valen tanto como los chicos y que, incluso, a veces valen más.
Y el tío añadió también:
—Perdóname, hija de mi hermano, ¡nunca más diré que las
chicas son Tristezas!
Algunos días después, la chica estaba en su habitación,
sentada cerca de la ventana que daba a la callejuela que conducía a la puerta
de su casa. Estaba hilando y, cuando levantó la cabeza y miró por la ventana,
vio venir, por la callejuela, al joven comerciante de la otra ciudad.
El joven alzó la mirada hacia la ventana abierta, la
reconoció a pesar de sus ropajes femeninos y, al ver que estaba hilando, le
dijo, bromeando:
— ¿Cómo es posible que el señor Alí esté hilando?
Y ella, bromeando también, le respondió:
—Y si no tiene más oficio que este, ¿qué puede hacer?
Luego, el joven tocó a la puerta, le abrieron, le
invitaron a entrar y él pidió la mano de la chica a su padre. El padre le
preguntó a la chica si quería casarse con aquel joven y claro que ella aceptó,
porque a ella también le gustaba.
Y así se casaron y vivieron felices.
“Con el río se ha ido mi cuento
y yo con la buena gente me quedo”.
Amal Khizioua
Noviembre de 2015.
Rescritura de un
cuento de la tradición oral marroquí que me contó mi madre…
Gracias, Amal "Cuentacuentos", por relatarnos, desde el eco de tu madre, esta bella y graciosa historia que deja en tan buen lugar a la mujer, pues la tradición tal vez era más sabia de lo que creemos...
ResponderEliminarAmal
ResponderEliminarAhora y después de leer tu cuento me acuerdo de esta magnifica historia.
Tu pluma le da un sabor de un "Cuentacuentos" bien confirmado.
Me gusta
Abdellah
Amal, una vez más se demuestra que la mujer es igual o más inteligente que el hombre.
ResponderEliminarEnhorabuena, me ha gustado mucho tu cuento.
Anastasio
Amal me gusta mucho el cuento, especialmente la manera donde tu le cuentas. Desde el primer párrafo está atractivo. También demuestras muy bien la idea sobre el estatuto de la mujer en nuestra cultura. Y cuantos anos la mujer luchó contra la discriminación del hombre y necesitaba probar con actos y acciones que ella también está equivalente al hombre.
ResponderEliminarPero en otro lado del cuento, tu demuestras perfectamente un respeto, una consideración a la opinión y al consentimiento de la chica en caso de matrimonio.
Bravo Amal
Bahia
¡Muy buen cuento Amal!
ResponderEliminar¡Me encanta!
¡Felicidades!
Rkia
Enhorabuena Amal ! Me encanto tu poema , el estilo con lo que lo has escrito es muy sencillo de leer y tambien muy atractivo. Todavia sigo aprendiendo de vosotros como de costumbre ! Muchas gracias de haberme hecho recordar mi enfancia en la epoca en la que mi habuela nos contaba cuentos fantasticos . El asunto tambien me intereso mucho hablando de la situacion de la mujer en nuestra cultura . Desafortunadamente sigue malvista aûn en nuestra epoca . Ojalà que la gente se de cuenta de su valor como los protagonistas de tu cuento ! Mucho animo !
ResponderEliminarHola!
ResponderEliminartu cuento es buenísimo, lo leí ayer hiciste un trabajo genial :) .
buena continuación.
Nejma