La había elegido por su belleza fulgurante,
tal como la había descrito la alcahueta. Una melena negra como la noche, solo
penetrable en apariencia; unos ojos claros como lagunas, jamás cruzadas por
navegantes; unos labios que prometían sensualidad solo a cambio de castigo y
dolor; un par de senos que eran como lunas llenas, sin mengua ni eclipse
posible; una cintura que era una costa suave y sólida del mapa del placer; unas
piernas esculpidas en un marfil blanco y desafiantes como un enemigo… Todo en
ella estaba hecho solo para engañar y capturar a toda persona que se atreviera
a acercársele. Y él se había zambullido, se había lanzado hacia lo desconocido,
como lo habría hecho un toro en el momento de una corrida digna de una ciudad
del sur. Ella, a pesar del trecho que suponía la diferencia de edad, había
aceptado su demanda: la esperanza de un futuro dorado y apacible con ese
comerciante que le había esbozado la alcahueta era muy prometedora y
convincente.
Y tal como Dios sabía y los ángeles también,
la vida había tomado su curso: las temporadas se habían sucedidas unas tras
otras, sin prisa, sin precipitación, como estaba escrito en el Libro Sagrado.
El se consagraba a dar sin regañadientes y ella aceptaba sin agradecimientos.
Recibía tanto que rociaba, cada vez que podía, a su madre, hermanos y hermanas,
que continuaban viviendo en su modesta morada de siempre. En el matrimonio
nadie buscaba más de que lo que tenía, hasta el día en que él había
comprendido, que al canjear su libertad por la jaula de su corazón, se había
confundido y equivocado completamente. Decidió cambiar de comportamiento,
apretarlas clavijas y los tornillos, hacer que la fuente dejara de ser
generosa… Y hacerlo poco a poco, a pesar del oleaje que podía llegar a
desgarrar la vela de su vida apacible.
Astucia contra inteligencia, adaptación
contra política… La mujer había tomado por el lado positivo la gestión de
aquella crisis. Y la situación, que no era ni de guerra ni de paz, empezó a
influir sobre el carácter de ambos esposos. Pero al acercarse la fiesta del Aid-al Kebir, la fiesta de sacrificio del cordero, los hechos habían cambiado de
cabo a rabo. El marido había
decidido aprovechar aquella oportunidad para poner a prueba a su pareja. Quería
saber definitivamente lo que le interesaba realmente y si podía amarle en toda
ocasión. Así, algunos días antes de la fiesta, empezó a mostrar una cara
asustada, fingió estar preocupado, triste, y le dijo:
—Tal como sabes, hace ya un
tiempo que mis negocios van de mal en peor. Y lo que temo ahora es no poder
llegar a hacer frente a las necesidades del Aid-al Kebir, incluso, temo
que nos sea imposible comprar el cordero del sacrificio.
—¡Qué catástrofe ha caído sobre
nuestras cabezas!¡Qué vergüenza! ¿Qué van a pensar nuestras familias? ¿Y qué
van a decir nuestros vecinos? —se quejó la mujer antes de echar un flujo de insultos a la cara de su
esposo, tratándolo de incompetente, inútil y de inválido.
El hombre se contentó con mostrar
su contrariedad y reaccionó débilmente ante las efusiones de su esposa.
Durante el almuerzo del viernes siguiente, alrededor de un cuscús con
sus siete verduras, el marido informó a su esposa de que el sermón en la
mezquita había sido muy instructivo, ya que el imán había hablado del Aid, del
sacrificio y del papel de las autoridades. Le explicó que el gobernador se
encargaría de abastecer con un cordero a toda persona que tuviera la necesidad
y que no pudiera adquirirlo por sus propios medios. Pero, como prueba
irrefutable de su estado miserable, el interesado debía recibir en la plaza central cien latigazos. Y terminó
preguntándole…
—¿Qué te parece?
Inmediatamente,
ella se precipitó a responder:
—¡Acepta esos cien latigazos! Se tratará de una desventura pasajera, de un
breve mal momento, de un dolor simplemente superficial. Además, vosotros, los
hombres, sois el sexo fuerte y, según tengo sabido, jamás unos latigazos han
matado a un hombre. Pienso que debes ir a la plaza central mañana mismo, sin
demora alguna y a primera hora de la madrugada… ¿Quién nos puede asegurar que
habrá un cordero para todo el mundo?
El hombre sintió que la tierna herida que ya tenía se hacía más
profunda. Sin embargo, asintió con un gesto de la cabeza y sin palabra alguna.
Al día siguiente, por la mañana y después del desayuno que había seguido a la
primera oración del día, el marido se vistió y se dispuso a salir. Delante de
la puerta, su mujer lo interpeló:
—¡Espera, no vayas!
Él se quedó inmóvil. Se sintió a
merced de una marea de sentimientos contradictorios, esperando que su mujer se
rindiera a la razón, que se diera cuenta de su comportamiento, que le pidiera
que renunciara a aquella idea loca y que le dijera que prefería privarse de un
cordero a fin de preservar a su querido marido. Pero la instrucción le llegó
rápidamente:
—¡Escúchame! Creo que quien puede recibir cien latigazos, bien puede
recibir doscientos… De ese modo, podré ofrecer un cordero a mi querida madre…
Así, el hombre comprendió que disfrutar de la
belleza implica un alto precio… Y que
ambos eran tan diferentes como puede serlo un canario de un cuervo o un águila
de una paloma.
Abdellah El Hassouni.
Rabat, 8 de noviembre de 2015.
Basado en motivos de un cuento
popular marroquí.
Tus descripciones son siempre un placer y tu irónico tratamiento de los personajes es inigualable. ¡Eres un verdadero Chéjov marroquí!
ResponderEliminarQue descripción de la mujer que tiene un aspecto muy sexual !
ResponderEliminarAl final tiene astucias chistoso, gracioso, irónico y divertido.
Muy bien cuenta.
Bravo Abdellah
gracias, muchas gracias.
ResponderEliminarQuerido amigo, cada vez te superas más y más.
ResponderEliminarHermosa descripción de la mujer y las circunstancias y como dices al final, la belleza a veces se paga cara.
Enhorabuena.
Anastasio
Abdellah,
ResponderEliminarMe gusté mucho tu cuento narrado oralmente en el Taller por el cuentista que eres Yo que no conocía aunque es marroquí. Y ahora descubro publicada una verdadera perla en el blog y me gusta más este mismo cuento que contaste en pocas palabras y que has convertido en un bello texto literario rico en descripciones, bien elaborado y lleno de humor.
¡Felicidades!
Rkia.
Que palabras Abdallah ! Tus descripciones son fantasticas, me encanta ! La manera con la que has escrito El cuento nos hace dolerse por El marido y casi odiar a la mujer a pesar de la magnifica descripcion y de todas las "qualidades" de esta creatura encantadora .Hablando del asunto del cuento , la mujer y la feminista dentro de mi quiere rechazar la mala imagen de la mujer que sale al final del cuento y burlarse de la tonteria de los hombres que Dan siempre màs importancia al aspeto superficial de Las mujeres ; pero la persona pragmatica en mi no puede hacer màs que reconocer algo que no se puede esconder ! En la vida hay desafortunadamente muchas personas matérialistas como tu protagonista , es la realidad ! Siento llegando ,en la moraleja de tu historia , un consejo sabio a todos los hombres superficiales que viven en este Mundo ! Eso es confortante y vale la Pena de hacer dano al orgullo de algunas mujeres ! Muchas gracias Abdellah y enhorabuena !!!
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