Me levanté temprano y muy feliz. Casi no había dormido en toda la noche, ya que tan excitado e impaciente me hallaba. Era miércoles, el día del Gran Mercado… Y yo, después de años de privación y de ahorro, ¡por fin iba a comprar la esclava más tierna y más sumisa del mundo!
Me puse mi traje más elegante, tomé mi mula y me fui más alegre que nunca al Gran Mercado. Brillaba un sol radiante, el cielo estaba de azul primaveral y los ruiseñores compartían mi alegría cantando serenatas de amor.
- ¡Por fin tendré a la mujer de mis sueños! Ya imagino su cuerpo alto, delgado, fuerte y vigoroso. Veo ya sus ojos negros, su boca grande con sus labios carnosos, su piel de seda y hasta noto su olor a desierto del Sahara. La llamaré Yakut. Ya siento sus manos expertas lavándome los pies con agua caliente, dándome masajes y muchas otras cosas… -me decía a mí mismo, cuando una ola de placer hizo que me estremeciera.
Llegué al mercado que, como de costumbre, estaba repleto de gente. Me bajé de la mula, la coloqué tras de mí y empecé a abrirme camino entre la muchedumbre. El comerciante de esclavas estaba exponiendo sus bellas mujeres de color chocolate cerca del cerezo. Yo ya las podía ver desde lejos y mi corazón vibraba de impaciencia. Caminé un rato y, cuando me quedaban tan sólo algunos metros para llegar, mi mula empezó a aminorar el paso hasta que finalmente se detuvo por completo. Me puse muy nervioso, la venta había empezado y yo quería llegar para escoger de entre las primeras mujeres. Tiré con fuerza de la mula, pero ésta no quiso moverse. Le grité, la azoté, sin lograr resultado alguno. Iba a pedir ayuda cuando, de repente, el cielo se tiñó de negro, se hizo de noche y la gente desapareció. Me encontré solo, descalzo y sin mula, en la plaza desierta del mercado, cerca del cerezo con sus sombras amenazadoras. Tenía en la mano una manta y llevaba mi pijama de rayas rojas y azules. Muerto de miedo y de frío me puse a correr hacia mi casa. Al llegar, encontré a mi hija esperándome ansiosamente y con un incesante vaivén.
- ¡Por fin! ¡Gracias a Dios que te has despertado! Mamá había olvidado cerrar la puerta con llave.
Subí a la habitación y encontré a mi mujer roncando estrepitosamente y ocupando casi toda la cama. La miré un rato… Blanca, demasiado blanca. Gorda, demasiado gorda. Fría y oliendo a patatas fritas… Con aquellos pelos desordenados, el pijama muy ancho y sin color alguno… ¡Dios mío, qué castigo! La única mujer que aceptó casarse conmigo… Todo esto por ser sonámbulo…
Me fui al salón con mi manta y me volví a dormir… Quizás esa noche lograra por fin comprar a mi Yakut, la mujer de mis sueños.
Fatine Sebti.
Rabat, 2009.
(Ejercicio basado e inspirado en un sueño)
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarFatine,
ResponderEliminarFue un gran placer haberte escuchado leer tu texto: “Yakut, la mujer de mis sueños” en el Día e.
Divertido y cómico salvo para el protagonista, el pobre :(
Rkia
Divertido y encantador, como todo lo que escibes.
ResponderEliminarque siguas escribiendo pues simpre es un placer leerte
iman