TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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martes, 26 de octubre de 2010

"LA BODA" de FATINE SEBTI

Mi madre parecía muy apurada y preocupada. Pasaba de una cosa a otra, hacía dos tareas al mismo tiempo y a veces hablaba consigo misma, preguntándose en voz alta si llegaríamos a tiempo a la ceremonia. Nos dijo que teníamos mucho que hacer, que quería vernos de pie y listas en cinco minutos. ¡Que no había tiempo!
Lamiae había pasado aquella noche conmigo. Mi madre nos vino a despertar temprano. Nunca antes lo había hecho, ya que sabía que cuando pasábamos la noche juntas nunca nos dormíamos antes del amanecer. Sin comprender nada, nos levantamos, con los ojos pegados por una poderosa cola contra la que el agua incluso no puede nada. La del sueño. Y eso no era lo peor. Mi padre se había llevado el coche y teníamos que ir a pie a la antigua casa para traer no sé qué cosas. El camino no era muy largo, pero se trataba de una pendiente y nosotras teníamos las piernas fláccidas y el cuerpo como vacío de toda fuerza.
Desde que me fui a estudiar a Casablanca no había vuelto a la antigua casa de la calle Barcelona. La avenida parecía haber cambiado, habían nacido más casa y otras habían desaparecido. Las nuevas tenían formas y colores raros, triangulares en su mayoría y a veces con rostros de actores o de cantantes en las fachadas. Modernismo le llaman. Más bien tonterías…
Caminamos una eternidad o al menos eso nos parecía a Lamiae y a mí. Y la pendiente se volvía cada vez más fuerte, como si subiéramos por un monte. Mi madre no parecía darse cuenta y caminaba con el mismo ritmo rápido y sostenido. A nosotras nos costaba seguirla. No hablábamos. Mi madre porque estaba absorbida por sus pensamientos sobre no sé qué diablos de ceremonia y nosotras nos comunicábamos con miradas cansinas y resignadas ya que no teníamos ni fuerzas para hablar. Las casas se volvían cada vez más escasas, así como la vegetación. Subimos con gran dificultad y por fin llegamos a la cima. No había ninguna casa y no había calle alguna. Barcelona había desaparecido. ¿Qué había entonces?
Tierra con piedra, divida en tres áreas. Cada una de un color diferente. Y allí, adheridas a la piedra colorada, sin raíces, brotaban unas maravillosas piedras preciosas coloradas y brillantes. Lamiae y yo nos quedamos asombradas. Pero mi madre se movía como en su propio jardín y nos dio dos grandes cucharas para recoger las piedras y una gran cesta. Lamiae se encargaba del área azul y yo de la amarilla, que estaba más cerca. Mi madre se fue más lejos a llenar una jarra con el agua que salía de un árbol, el único, y que brillaba como si estuviera hecha de polvo de estrellas.
El sueño ya había abandonado nuestros párpados y le empezábamos a tomar gusto a aquella tarea inusual e incluso soñábamos con lo que íbamos a hacer con la recolecta de piedras. Al cabo de un tiempo que no sabría cuantificar cronológicamente, mi madre volvió con la jarra llena y brillante. Nos dijo que no teníamos tiempo para volver a casa y cambiarnos de ropa, así que debíamos irnos tal como estábamos a la boda.
- Pero ¿a qué boda tenemos que ir? ¿A mediodía? ¿De quién…?
Pero mi madre no tenía tiempo para respondernos ni explicarnos nada. Contaba las piedras preciosas coloradas, hablaba de regalos e insistía en que teníamos que cruzar el puente verde para llegar a tiempo. Lamiae se quejaba de que tenía a volver a casa, que había olvidado su teléfono y que su madre seguramente estaría preocupada. ¡Ni hablar!, le respondí yo. No iría sin ella a una boda que se celebraba a mediodía y a la que se llevaba piedras preciosas y agua de polvo de estrellas que brotaba de un árbol. Ella también sentía curiosidad, así que al final decidió seguir conmigo.
Curiosamente, ni la jarra ni la cesta pesaban. Cruzamos el puente verde. No había ningún coche y los almacenes estaban abiertos y con las mercancías expuestas. Pero todo estaba desierto y no había ni vendedores. Vi unos melocotones apetitosos y, como tenía un hambre atroz, me entraron ganas de coger uno. No tenía dinero, pero como no había nadie… Además, mi madre se había adelantado e incluso alejado de nosotras. Pero Lamiae no me dejó coger el melocotón. Es demasiado honesta, siempre se lo digo. Y ella siempre responde que hay ciertas cualidades ante las cuales nunca se puede colocar un “demasiado”. Alcanzamos a mi madre e insistimos de nuevo en saber de qué boda se trataba. Y por fin mi ella nos ofreció una respuesta. Era la boda de la Cigüeña. Añadió que ésta venía volando con su marido ya que eran de otra ciudad, que tenían que irse antes del atardecer y que por eso teníamos que apurarnos. Nunca habíamos asistido a una boda de cigüeñas y, aunque eso nos pareciera algo raro, la curiosidad era mucho más fuerte. Lamiae y yo aceleramos el paso. El puente se elevaba hacía el cielo y se confundía con las nubes. Allí realicé un sueño de mi niñez, de la adolescencia, de la juventud y de siempre: caminé sobre una nube. Era algo extraño y magnífico a la vez.
Cuando llegamos el sol ya comenzaba a inclinarse y una bandada de cigüeñas invadía el cielo para acompañar a la nueva pareja enamorada. La novia, muy blanca y muy bella, lanzó de repente su ramo de flores y éste cayó sobre nuestra cesta. La cigüeña nos guiñó un ojo y se fue, feliz como una reina. Mi madre bastante decepcionada, pero por fin tranquila, nos dijo que no hacía falta volver por el mismo camino. Que las nubes de allí nos llevarían a casa.
Dormir en una nube es algo maravilloso. Son más dulces que la seda, calientes y tiernas. La vuelta fue como un sueño. Por el camino, dejamos a Lamiae en su casa. Al llegar, mi madre se puso a prepararle la cena a mi padre. Yo, un poco más arriba de la terraza, bajo un cielo brillante de estrellas, preferí dormir esa noche sobre mi nube viajera.

Fatine Sebti
Sobre las nubes de Rabat, 10 de junio de 2010
(Ejercicio inspirado en los sueños de “Antes de que anochezca” de Reinaldo Arenas)

5 comentarios:

  1. Los sueños se instalan en la realidad y aquí se quedan... Y qué tierna tu nube viajera en la que puedes acostarte.

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  2. Los recuerdos de nuestra adolescencia se mezclan con la fantasía de los sueños. ¡Qué agradable recordarse de la magia de la complicidad de esas noches sin sueño! A mí me encanta cuando hablas de recoger las piedras preciosas y del polvo de las estrellas. Me gustan también las últimas frases.
    Tienes tesoros de imaginación que me sorprendieron siempre.

    ResponderEliminar
  3. que viaje mas fantastico Fatine, supongo que viajar sobre una nube es el sueno de muchos de nosotros, aunque algunos, gracias a su maravillosa imaginacion, lo consiguen, otros , por ser demasiado "realistas", lo ven como algo impossible.
    felicidades y que siguas sonando y haciendonos sonar.

    ResponderEliminar
  4. ¡Qué cuento Fatine!

    Me gusta mucho que la transición entre realidad, fantástico y sueño sea casi imperceptible. Y

    me encanta también que Lamine sea protagonista en tu cuento

    ¡Enhorabuena!

    Rkia

    ResponderEliminar

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Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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