Sobre un tono frío y casi mecánico, la voz
impersonal de los altavoces anuncia una parada técnica. Contrariamente a las
estaciones, las paredes negras de este túnel todavía escapan de las vallas
publicitarias luminosas. Afortunadamente, no habían previsto la frecuencia de
tales averías. A pesar de las caras cansadas, consecuencia de un largo día de trabajo,
cada uno, sólo en su burbuja, intenta ocuparse como puede. Como un espejo, el
reflejo de las luces de neón sobre los cristales alumbrados del metro me
devuelve mi propia imagen. Es obvio que no escapo de la regla: una cara estirada
y unas gafas mal ajustadas. Las cosas no son como eran en tu tiempo. Pocos
enarbolan un libro. Solo aparatos con cables que cuelgan por aquí o por allá. Algunos
cuchichean ellos mismos o con gentes invisibles. Yo mismo estoy aporreando el
teclado táctil de mi Smartphone para escribirte.
La voz vuelve para disculparse de nuevo por esta detención
ajena a su voluntad. Esto conlleva una parada aún más larga. Una ojeada al
reloj y las cabezas recuperan sus posiciones. En estas situaciones el tiempo se
estira y se alarga como un par de medias. Esto molesta; el tiempo es dinero y no
hay que despilfarrarlo. Un flash-back me
hace sonreír. Recordé tu historia, tu primera experiencia, aquella ocasión en
que quisiste imitar a los otros viajeros del metro. Querías aprovechar el
tiempo para leer un libro. Pero ellos sabían siempre la estación en la cual
debían descender. Y tú, sumergido en la lectura, te habías pasado de largo
algunas. Sí, hasta el placer hay que automatizarlo para optimizar el tiempo. Y
actualmente esto se ha acentuado mucho más. La presión es más fuerte.
Afortunadamente nuestros chismes técnicos nos ayudan a recordar toda desviación
de conducta.
Es curioso cuán contagiosa es esta noción de ir rápido, de optimizar el tiempo. En
nuestra casa, en nuestro país, nunca fue cuestión de eso. Pero aquí, hay que
despertarse con los gallos (aunque aquí no haya gallos), correr para alcanzar tal
o cual tren, coger tal o cual línea o correspondencia, llegar muy justo o antes
que los otros. Trabajar como chiflados durante todo el día. No porque te lo hayan
dicho, sino simplemente porque el otro, el colega, el vecino lo hace. Todos nosotros
lo hacemos automáticamente porque al fin y al cabo hay que cumplir los plazos, las
fechas topes, albergando la discreta esperanza de tímidas enhorabuenas y de ciertas
cifras en la parte inferior de la nómina.
Aunque no os escribo a menudo, os echo de menos. Mi
madre, su sonrisa, sus estofados de carne, me faltan. El sol, las callejuelas
de la Medina, el vaso de té muy caliente me faltan también. Tú y tu sonrisa
discreta, tus ojos inteligentes y chispeantes escapan ante la llamada de mi memoria.
Algunas veces, con los ojos cerrados, un flujo ininterrumpido de imágenes vuestras
se proyecta ante mí. Una loca desazón me tienta y quisiera arrojarlo todo bajo
los carriles del metro, tomar el primer avión y estar ahí para repantigarme a vuestro
lado. Una vez los ojos abiertos, recupero mi carrera, como siempre. Y vosotros,
¿me echáis de menos?
El metro volvió a arrancar. Parece que alguien
intentó suicidarse, echándose entre los carriles. Hasta los acontecimientos
tristes tienen su lado bueno. Eso me ha permitido escribirte este mensaje. Besos,
un montón de besos. La próxima parada es la mía.
Rabat, 25 de abril de 2013.
Basado en “Intramuros (Esta
noche estoy solo)”de la novela Primera
con una esquina rota de Mario Benedetti.
Abdellah,
ResponderEliminar"INMIGRACIONES" es un texto muy bien elaborado y me gusta mucho.
Esta lleno de humor, ternura, añoranza y reflexiones interesantes sobre la soledad y el paso del tiempo.
Me tarda leer otras secuencias tuyas (y seguir tu desarrollo).
Rkia
Una bella idea la del metro como espacio de escritura. Esto permite establecer un paralelo con las estaciones de la vida, esto me parece astuto y magnífico. Espero el viaje próximo de tu héroe.
ResponderEliminarAicha