Subió
apresuradamente los peldaños, tiró sus zapatos, se arrancó la ropa desde la
corbata hasta los pantalones, para colarse en el interior de su pijama ancho y
desplegar, periódico en mano, la escalera en el sentido contrario. Hacia su
destino, su lugar favorito: la mecedora colocada frente a la chimenea.
Con las piernas tendidas,
los brazos apartados, se quedó con los ojos arraigados en las danzarinas y pequeñas llamas, a la vez que visualizaba
de nuevo la película de aquel día tan abrumador. Se enderezó, tomó el
periódico, cruzó las piernas como lo hacía antes, durante una época remota,
sentado sobre una alfombra tejida por esteras de junco, e intentó iniciar aquel
balanceo tan acostumbrado y tan apreciado. Pero la mecedora no respondía a su solicitud
y parecía estar cuajada, sólida como una roca, como una silla a cuatro patas, y se mostraba simple y estúpida. Intentó apoyarse con
más fuerza, pero la resistencia seguía. Se bajó para ver qué era lo que impedía
a la mecedora balancear aquellas partes suyas encorvadas, pero no había nada más que dibujos
sutiles de la alfombra un poco avejentada. Lo intentó una segunda vez y luego
otra vez, antes de proferir algunos insultos:
— Si crees que
con sus palabras me harás cambiar de opinión, es que te equivocas sobradamente —exclamó la mecedora con una
voz ronca y que parecía emanar de un largo tubo de bambú.
— Sí, me niego a
moverme, a mecerme, sobre todo cuando tengo que oír obscenidades.
— Sí, he esperado
demasiado tiempo...
Pero ya estoy harta de aguantarte casi cada tarde, de mimarte, de balancearte
sin recibir a cambio ni reconocimiento ni respeto. Aplastas mis ramas de mimbre
con tu peso que no deja de aumentar. Nadie te ha dicho todavía que te has
vuelto gordo, muy grueso, enorme.
Él se levantó, giró
alrededor de sí mismo, echó una ojeada a su barriga respetuosa, que le disimulaba el ancho
pijama, y miró fijamente su mecedora para
replicarle que la había comprado con su propio dinero (Era verdad que lo había
hecho hacía mucho tiempo: se la había adquirido
a un cooperante que debía abandonar el país ante el anuncio de la liberación). Así que ella solo debía
asumir su papel.
— Sí, eso es precisamente lo que he hecho hasta hoy. Pero estoy
hasta las narices de tu excesivo peso y de tus pedos,
ya tan frecuentes y nauseabundos.
— Pero eso solo me lo permito cuando estoy solo.
— Lo cual es casi
siempre…. Y encima, cuando viene tu nieto, o bien me pisa con sus zapatos
sucios o bien se sienta sobre tus rodillas sin que le importen mis continuos
crujidos.
Él se volvió, lanzó el
periódico a las llamas y bajó la cabeza. Después de un largo y pesado silencio,
tomó el camino de la escalera, con destino a la gran cama vacía y fría del
dormitorio. Parecía llevar sobre sus hombros el peso de sus sesenta largos
años. A lo lejos oyó aquella ronca voz que murmuraba:
— Vuelve hombre….
En realidad, me he acostumbrado a tu calor,
aunque el olor me…
Rabat, 11 de septiembre de 2015.
Inspirado
en el cuento “Historia de un paraguas” de Álvaro Cunqueiro.
Hola, Abdellah:
ResponderEliminarMuy bueno, por el humor y como cuento fantástico que integra lo cotidiano con sus detalles menos poéticos...
Un abrazo
Ester
Fantástico Abdellah.
ResponderEliminarEste cuento me da una reflexión sobre una relación muy profunda entre dos personas que se aman mucho pero que se negaran todo el tiempo. Aquí la relación esta entre un hombre viejo, solo y un objeto .La soledad vuelve la vida muy oscura pero nos da la fuerza de reflexionar y de enganchar a un hilo de esperanza.
El cuento es muy interesante para reflexionar
Bravo Abdellah
Abdellah,
ResponderEliminarme gusta mucho tu cuento y la personificación de la mecedora es simplemente fantástica, estupenda y cómica a la vez.
¡Felicidades!
Rkia
No sé qué decir más. Me colmáis con sus comentarios. Mil gracias
ResponderEliminarAbdellah
Abdellah, una mecedora un poco gruñona. Como dice Bahia una relación de amor odio en la que al final impera el amor, como en muchas de las relaciones entre las personas. La vida, al fin de cuentas es eso.
ResponderEliminarEnhorabuena
Anastasio
Muy lindo tema, narrado muy bien. La relación con un objeto tan conocido que puede perfectamente ser también una persona, un interlocutor. Felicitaciones amigo!
ResponderEliminarMUCHAS GRACIAS ANA.
ResponderEliminarUN ABRAZO