Érase en un
pueblecito bien lejano, situado al pie de la vertiente norte de la montaña; un
artesano tan famoso por la fabricación y el bordado de las
babuchas como por la venta de magníficas telas de seda con ornamento oriental
de todos los colores. Por eso, aquel
viejo artesano se distinguía de los
demás, no solo por su
bondad y su serenidad, sino
también por su habilidad y por la
perfección de su trabajo que realizaba
con la ayuda de su hijo. De este modo, la fama de sus productos traspasó las fronteras del pueblo. Esta aldea, también, era conocida por su
naturaleza, su fuente termal y sus norias que, al girar, lanzaban
chirridos: una llamada de añoranza al tiempo pasado.
Un día, la
princesa del pueblo vecino, para descansar, decidió ir a la montaña de dicho
pueblecito. La princesa Zahr Albustan era la
única hija del Sultán
Shahin. Ella, como la luna llena,
no podía pasar desapercibida por su belleza, su esbeltez, su gran elegancia; además, era muy querida y amada por toda la gente de la región. Ese día, con algunas de sus
sirvientas y discretos guardias, fue a la
montaña. Allí, como siempre, el aire despedía un delicado perfume, una mezcla
de aromas de flores y plantas que
trepaban por la vertiente hasta lo más alto.
La princesa se sentía muy
feliz y se movía como una mariposa de primavera. Y así, llegaron al
fondo del valle donde se oía el musical chorreo de la corriente que levantaba un transparente
velo de bruma matutina, la cual cubría las modestas casas que exhalaban olor a
leño quemado. La princesa quiso coronar el programa de aquel día dando una vuelta por el centro del pueblo para ver a la gente,
descubrir sus hábitos y sus actividades cotidianas. Así, se encontraron en la plaza mayor, donde se habían reagrupado todos los comerciantes exponiendo sus mercancías de
varias maneras. Estaba
muy impresionada por la muchedumbre
y por la multitud de actividades que animaban el zoco. De
repente, una tienda ubicada en
el rincón de la plaza atrajo su atención por su magnífica exposición
de babuchas y telas. Zahr Albustan se adelantó
tranquilamente hacia la puerta del
comercio. El anciano artesano la miró, y con una ligera sonrisa y tierna
voz la invitó a aproximarse más para que pudiera ver mejor sus productos, diciendo:
-¡Venga usted a ver
estas bonitas telas!
Y añadió:
- Yo me ocupo de las telas; pero, viejo como soy, he perdido mucha visión y ahora mi hijo se encarga de la fabricación de estas estupendas babuchas. Es un
verdadero maestro. De inmediato lo llamó para que atendiera a la señora
y a todas sus sirvientas. A Quamar Ezzaman, su hijo, le llegó el eco de algunas palabras. Intuyó
que se trataba de algo de
gran importanciar. Salió del fondo de la tienda brillando por su atractivo aspecto y su presencia imponente. Respondió:
-Por supuesto.
En el acto, sus
ojos se posaron sobre la
mujer de cara angelical y
ojos encandilados. Iba ataviada
con un vestido largo de seda muy suave y
tersa que, ajustado a su
cuerpo, resaltaba su
fascinante busto. Por
encima, llevaba un magnifico albornoz de terciopelo azul marino que escondía con dulzura su
silueta de sirena. Se hizo un
momento de silencio a pesar de ellos. Hubo un cruce de expresivas miradas, acelerados latidos del corazón…y ambos sintieron un flechazo en
el pecho. Una de las sirvientas
que estaba al lado de la princesa rompió el silencio diciendo en voz baja:
-Princesa… y continúo
murmurándole algo al oído.
El padre
también encadenó su discurso:
-Hijo mío, ¿a qué esperas? ¡Atiende a
estas bellas mujeres!
Quamar Ezzaman volvió a la realidad y,
gracias a su agudeza intelectual, entendió toda la situación a pesar de que ellas hablaban un
idioma distinto al suyo. Y con
mucha cortesía se dirigió
a ella en su idioma:
- A su disposición, su alteza real… Nos sentimos encantados
con su visita.
La princesa
Zahr Albustan se quedó
asombrada por su hermosura y su inteligencia, aunque procuró no manifestarlo. Y con prontitud mostró gran interés por las babuchas. Enseguida tuvo una idea clara y definida del
modelo que deseaba. Su
orgullo de princesa fue más fuerte que sus sentimientos. El joven artesano se arrodilló ante ella.
Ella alzó un poco su
vestido para descubrir su pie y
para que él pudiera tomarle la medida exacta. Él se sintió perdido ante aquellas piernas
tan lindas y, mientras seguía
contemplándolas, puso cariñosamente el
pie en la palma de su mano para verlo mejor y tomarle
la medida con toda atención. Después, la princesa partió llevando en la mente la imagen de aquel rostro cautivador de un hombre
educado.
El anciano
artesano estaba muy
contento por la visita de la princesa;
en cambio, su hijo se quedó muy
preocupado, mientras elaboraba
las babuchas con amor y concentración.
Pero, día tras día, iba perdiendo su dinamismo. Se mostraba distraído e indiferente a su entorno, no podía confesarle su amor a nadie, solo a sí mismo y, en su mente, se repetía:
-Ella es el sol, pero yo, ¿quién soy? No soy nada, ni siquiera una
piedra, ni siquiera una piedra…
Su padre
entendió su pena y, de vez en cuando, conmovido
por su tristeza suspiraba:
-¡Ah! ¿Pero tanto la quieres,
hijo mío? Hay silencios que lo dicen todo.
-¡Dios mío! Que este
profundo ardor se amaine, que se apague…
Algunos días
después, la princesa envió a un
agente del castillo para que recogiera
sus babuchas. Las babuchas eran muy
bellas, pero cuando se las puso no se sintió a gusto, algo le molestaba en el
pie derecho. Una vez, dos, tres veces intentó andar con ellas,
pero no pudo, pues tanto le dolía el pie. Su padre, el rey Shahin, estaba muy enfadado y, con toda urgencia,
hizo que viniera el médico. Ese descubrió algo extraño dentro
de la plantilla de la babucha. En seguida, el rey ordenó que le trajeran al torpe artesano, sobre un asno y con
las manos atadas, para que fuera castigado.
Llegaron a la tienda como para secuestrarlo. Quamar Ezzaman, sin reacción ninguna, dijo en voz baja:
- Por fin ha llegado este día tan esperado.
El ambiente era lamentable: Su
padre se desmayó, casi toda la gente del pueblecito lo siguió con mucho pesar; a las mujeres se les escapaban los
sollozos y suspiros; a
los niños, las lágrimas, y a los compañeros artesanos, los ruegos a Dios
para que lo salvara. En la plaza también reinaban la pena y la inquietud…
En cuanto llegaron con el joven,
entró el rey acompañado de la princesa y del médico. Parecía muy molesto. Dos guardias se acercaron al
artesano y el pobre joven, de pie,
con la cabeza baja, esperó la decisión del rey. Así, después de una rápida
exposición del problema de las babuchas horriblemente hechas, el rey anunció el
castigo: debían cortarle la mano derecha al artesano Quamar Ezzaman, que
no merecía el título debido a la imperfección de su trabajo. Esa pena retumbó
como un trueno sobre todos los presentes. Al lado de su padre, la princesa temblaba como un pájaro.
De hecho, el silencio y los gemidos de dolor se
extendieron por el espacio.
Qamar Ezzaman alzó tranquilamente la cabeza y, con mucho
respeto y con voz muy segura, le pidió al rey permiso para obtener un último deseo antes de la ejecución del
castigo. Nunca la princesa se había sentido tan débil como en
ese momento… Quería transmitirle amor, susto y piedad para ese hombre tan admirable, el hombre de sus sueños. Entonces el rey, tras largas cavilaciones y mientras
echaba una mirada a su hija, vio una lágrima brillante que resbalaba de su ojo derecho. Aquel era un mensaje de súplica. Su padre lo había entendido. Entonces, todavía, el rey con una mirada inquisidora se fijó en el acusado y
asintió positivamente con la cabeza: Por tanto, se le concedería la petición. Así, la princesa Zahr Albustan y el artesano Quamar
Ezzaman, paralelamente, sintieron un cierto
alivio. El acusado pidió
que se examinaran las babuchas y empezó a quitar las capas de las plantillas del interior de la babucha derecha
y sacó, con toda prudencia, una piedra del tamaño de un garbanzo. Y, con
toda confianza, dijo:
- Este era el problema: ¡una piedra preciosa!
En el acto, esa piedra
lanzó resplandecientes rayos que iluminaron magníficamente los cuatros lados del castillo como nunca se
había visto. Ante ese hecho impresionante, el rey se levantó asombrado, con la
boca abierta, maravillado y todas las
personas presentes se quedaron atónitas.
Dudando entre el sueño y la realidad, el rey no sabía a qué acogerse.
Así que le dijo:
- ¿Has olvidado que tienes ya un primer castigo? No te compliques la vida más. ¿Es ese
tu último deseo, especie de mago? ¿Cómo te atreves? Esta vez, con
este espectáculo de magia pediré
tu cabeza.
La amenaza del
rey acentuó al artesano su confianza en sí mismo. Y con valentía respondió:
- Perdóneme, majestad. No soy
mago ni charlatán y, desde ahora, mi vida está en sus manos.
- En ese caso -dijo el rey- demuéstranos
que es una verdadera piedra preciosa y explícanos de dónde la has sacado… y por
qué está en la babucha
de la princesa…
Con certeza y
sabiduría Quamar Ezzaman contestó:
- Su majestad es un gran experto en
las más preciosas joyas del mundo.
Y se la entregó al rey que, con precisión y asombro,
la examinó en su mano. Al
cogerla entre el pulgar y el índice percibió que, cuanto más la exponía a la luz, más centelleaba.
Entonces, el rey, mirando a su hija, dijo:
- ¡Tenías una maravillosa
piedra preciosa en tu babucha…!
La princesa se
sintió aliviada y feliz a la vez, eso reanimó sus sentimientos y emociones. Quamar Ezzaman continuó diciendo:
-Su majestad, la
historia de esta piedra es tan cara como la de esta joya…
Entonces, contó
que esa piedra había sido un
regalo de valor incalculable, que su abuelo había recibido del rey el Gran
Shahin, el abuelo de la princesa. Aquel rey, en cierta ocasión,
organizó una competición en la que todos los artesanos habían participado en la fabricación de una silla para el
caballo para su hijo, el príncipe Shahin, que entonces tenía siete años. Por
eso, y después un trabajo de tres meses, su abuelo acabó ganando el primer
premio: aquella valiosísima piedra junto a una cantidad significativa de regalos otorgados por el Gran Shahin. Así agradeció este la perfección de la montura para
el caballo que, por su estructura, diseño, estilo y ornamentación reales, era
única; y que, además, había sido hecha respetando todas las recomendaciones que aportaban
estabilidad y comodidad tanto al jinete como al caballo.
De este modo, su padre la había heredado y se la había
ofrecido a su hijo Quamar Ezzaman cuando
obtuvo el certificado del mejor artesano del pueblo. Quamar
Ezzaman añadió:
- La visita de
nuestra princesa a nuestro pueblecito y, especialmente, a nuestra tienda ha sido
un acontecimiento histórico y un orgullo para todo nuestro pueblo; por eso y
para agradecer su bondad y su humanidad, decidí ofrecerle esta piedra preciosa
que era toda mi fortuna incrustándola con
precisión en la babucha de su alteza real.
Y con gesto y
estilo medidos, sacó de los bolsillos
que tenía a ambos lados de su chaqueta un par de nuevas babuchas
magníficamente hechas, pidiendo permiso al rey para presentárselas a su alteza
real. Y otra vez, arrodillado, tuvo ocasión de contemplar aquellas lindas
piernas y de ponerle las babuchas ajustadas. Todo ello sucedió bajo una ola de
aplausos de toda la gente y los yuyús de las mujeres que, de inmediato,
dieron al acontecimiento un tono festivo. Ante aquel hombre tan valiente y
caballeroso, la princesa quedó encantada. El alborozo apareció en sus ojos, en
sus mejillas, en sus labios… Y su corazón no pudo ocultarlo más. El rey tampoco
pudo ignorar su alegría y su estimación para aquel hombre de tamañas cualidades.
Algunos días
después, el rey nombró a Quamar
Ezzaman alto responsable y visir delegado de la industria artesanal de su
reino. Así, Quamar Ezzaman recuperó gloriosamente su honor y su dignidad.
Además, su frecuente presencia en el castillo, para ejecutar tareas diversas,
le permitió ver a la princesa. En esta, el amor arraigó profundamente en su
corazón y la mantenía totalmente desvelada. Pero, en verdad, los sentimientos
desafían todas las leyes. Por aquel entonces, empezaron a correr rumores en el
castillo acerca del estado de la princesa y de que no se sentía contenta a
pesar de que lo tenía todo para ser feliz. Eso llegó a oídos de su padre, el
rey Shahin. Y de hecho, aquel mismo año, dada su gran satisfacción y las
informaciones positivas sobre el hombre de los sueños de su hija, el rey
anunció su consentimiento para el matrimonio de su alteza real la princesa Zahr
Albustan con el ministro Quamar Ezzaman. Y para mostrar su alegría, todos los
pueblos del reino celebraron la boda de matrimonio durante seis días y siete
noches.
Desde entonces, se celebra el día de los enamorados. Y
aquella maravillosa piedra preciosa está expuesta en el museo de tesoros del
castillo.
Fátima Ezzehar.
Rabat:
15/12/2015.
Cuento
propio y basado en las leyendas tradicionales.
Fátima, tu leyenda está muy romántica como tú. El texto es muy bien elaborado, la estructura también. Fácil a leer.Me gusta mucho
ResponderEliminarEnhorabuena amiga !!
Bahía
Qué imaginación, Fatima, y qué romántica eres. Me has dejado boquiabierta. Ni en sueños se me ocurre algo así. Esta bien narrada y tiene muchos toques fantásticos que embellecen el relato. Felicidades, compañera.
ResponderEliminarEnhorabuena Fátima, una historia muy bonita y muy bien elaborada. Lo que más me ha gustado ha sido la astucia del joven artesano para llegar hasta la princesa con el regalo escondido en las babuchas.
ResponderEliminarEnhorabuena otra vez y espero con impaciencia el próximo.
Anastasio
Muchas gracias Clara;no puedes imaginar el valor de cada palabra de tu comentario para mi:
ResponderEliminardulzura y ánimo a la vez.Como siempre sigues, con cuidado, mis actividades y me dasconsejos.
Otra vez, gracias.
Fatima
Bahia,Anastasio; me encanta que hayáis leído y comentado mi cuento.Tus comentarios me importan mucho: Me animan a escribir y publicar mas, respetando todo lo que es necesario para montar un cuento o un poema bien hecho e interesante que el buen lector espera.
ResponderEliminarMuchas gracias amiga,amigo.
Fatima
Estoy con esos comentarios...
ResponderEliminarAquí cada uno tiene su estilo y el tuyo, Fatima, brilla por su delicado romanticismo. Y además, sorprende la facilidad narrativa que tienes, incluso cuando se trata de dar vida a un cuento de tipo popular. Las descripciones son tan detalladas que sobrepasas el estilo del cuento tradicional. Es una elaboración estupenda del tema de las babuchas y del zapatero enamorado.
Ester;eres la guía y la estrella, de nuestro trabajo.Sin tus consejos, sin tu ayuda y tu paciencia nunca podemos llegar a escribir así.
ResponderEliminarTus comentarios constructivos, cada vez me inyectan buena dosis de animo y de voluntad para escribir mejor respetando, lo mas posible, las reglas instructivas.
Muchas gracias, Ester.
Fatima
Ester;eres la guía y la estrella, de nuestro trabajo.Sin tus consejos, sin tu ayuda y tu paciencia nunca podemos llegar a escribir así.
ResponderEliminarTus comentarios constructivos, cada vez me inyectan buena dosis de animo y de voluntad para escribir mejor respetando, lo mas posible, las reglas instructivas.
Muchas gracias, Ester.
Fatima
Fatima,
ResponderEliminar¡Tu cuento es simplemente romántico y encantador!
Su lectura lleva a cualquier lector en un mundo maravilloso y de cierto modo también mágico. ¡Magia del amor!
El texto esta muy bien elaborado, se nota la riqueza del vocabulario y su fluidez hace que sea agradable de leer.
El final feliz de su alteza real la princesa Zahr Albustan y el ministro Quamar Ezzaman me gusta mucho.
¡Enhorabuena!
Espero leer más de ti…
Rkia.
muchas gracias, Rkia por tus palabras bien estudiadas y, cómo con tus comentarios,siempre me apoyas.
ResponderEliminarAmiga, me encanta que hayas dado un paseo por el soco de mi pueblo.
Pienso que no has olvidado dar enhorabuena por el matrimonio de su alteza real Zahr Albustan y el ministro Qamar Ezzaman.
Gracias amiga.
Fatima
¡¡Enhorabuena por el matrimonio de los legendarios enamorados !!
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