De repente, salió casi volando. La puerta entreabierta permitía visitar el lugar frío
y oscuro en pleno día. Desde el cuarto de baño, se veían por el pasillo huellas
de pasos desordenadas, aparentemente, de chancletas mojadas. Las ventanas
abiertas de par en par. Un ligero viento jugaba con las cortinas blancas. Sin
brizna de luz, sin calor, como si la fuerza del sol, en un instante, quedara
absorbida.
Del fondo del apartamento, se oía una voz baja. No había nadie
allí. Salvo la televisión encendida que informaba al aire: «Hoy, en pleno día,
un eclipse solar hunde en la penumbra ciertas partes del mundo…».
Casi toda la gente
estaba fuera de casa, en distintos destinos, asombrada y excitada por el
acontecimiento. De lejos, se alzaban silbidos y ruidos inusuales como zumbidos
de insectos en el cielo.
Clemencia, una mujer mayor de más o menos cuarenta y dos años. Muy
débil, abatida, arrastrando los pies. A tientas, desde la acera, se acercó a un
muro de la calle de la libertad, buscando apoyo. El enfado de unos meses
turbios habían reducido su tamaño hasta convertirla en un cuerpo encogido…
¡Aquel tamaño, que era el de una mujer alta, delgada, de aspecto respetable y
culta…! Pero ¡qué pena! Esos días ya no
eran como aquellos días. La partida voluntaria de Adamo, su marido,
médico, a una zona bélica del mundo la había dejado triste. La penosa despedida y la larga separación, la sometieron
en la más profunda desolación. Ocho meses de ausencia sin mensajes, sin
cartas, sin noticias, sin foto ninguna, ni siquiera borrosa; dejando atrás un
corazón herido que los ojos no podían ocultar. Intentó esconder sus ojos
llorosos con las gafas negras que se
le caían hasta las mejillas. No obstante, su aspecto era muy expresivo. El
cuerpo tiene su propio lenguaje. Estaba desconectada del mundo. No se daba
cuenta de lo que la rodeaba, como si no formara parte de ese universo. No
sentía la penumbra temporal, puesto que se alojaba en su interior. No le
importaba aquel increíble eclipse, puesto que ella misma era una obra singular.
Tiempo igual a tiempo: oscuridad, tinieblas, testigos, susurros… Pero para
ella, su tiempo era indefinido, carecía de aro luminoso. Siguió caminando a lo
largo del muro hasta el primer bar de la esquina de la calle Libertad con
Victoria. Entró como un pájaro herido, suspendido en una rama, buscando
cualquier abrigo. Clemencia se sentó a una mesa, en un rincón, aislada. Y con
un débil gesto, se quitó las gafas y desnudó sus ojos cansados; sus cejas
estaban pegadas y mojadas por las lágrimas. Sentada, encorvada, la cabeza baja,
las piernas cruzadas… Agotada, trepó por sus recuerdos como por los vestigios
de un castillo arruinado. Murmurando, como si rezara en la intimidad para
él, para su amor, para Adamo. Su corazón era su único templo. Sin ninguna
atención, se dejaba llevar, proyectando su rostro deshecho, arrugado, ofendido
por el dolor de la añoranza. Ni los somníferos ni el alcohol, podían aliviar su
pena. Una devoción de veinte años. Una vida, sin previsión, asolada. A pesar de
ella, seguía llevando sus cicatrices con orgullo, aún a sabiendas de que había
perdido a quien había sido. Parecía una vigorosa ola, fuerte, alta; pero su
blandura la había doblado y, al final, había caído sobre las rocas porosas y
escarpadas. Un ruido no cualquiera. Una palabra no cualquiera. Una voz
prodigiosa, timbrada, como una fuente, emergió de las sombras, desde el fondo
del comedor, y se propagó por el espacio del bar. Una cantante, impresionante
por su pose, sus gestos, por su voz cantarina y emocional, hizo que el público
viajara entre la dulzura y la gravedad de la canción interpretada: «Que c’est
triste l’amour» de Nana Mouskouri:
Que c’est
triste l’amour quand on aime, Qué triste es el amor cuando amamos,
Quand on aime
et que l’autre s’en va, cuando amamos y el otro se va,
Sont longues les nuits que reviennent son
muy largas las noches que vienen,
Qui reviennent
quand tu n’es plus là, que vienen cuando tú ya no estás.
Tu m’as fait
des milliers de promesses, Me hiciste miles de promesas,
Et j’aurais
des milliers de chagrins, y
hoy solo tengo miles de penas,
Oubliées les
soirées de tendresse, olvidadas
aquellas veladas de ternura,
Envolés les
plaisirs du matin, volaron los placeres de la
mañana.
Que c’est
triste l’amour quand on aime, Qué triste el
amor cuando amamos,
Quand on aime
y que l’autre s’en va. cuando amamos y
el otro se va.
La intensidad de las palabras conmovedoras junto al sonido
modulado del piano, ahogaron el llanto comprimido de Clemencia en su fondo
arañado, dejando escapar apenas algunos sollozos roncos que acabaron derivando
en lágrimas silenciosas que surcaban sus mejillas como rayas negras. Ante su
dolor, se derrumbó la paciencia. No pudo aguantar más. Se secó la cara con un
pañuelo blanco. Se levantó débilmente como si sufriera por insuficiencia de
oxígeno. Apretó su bolso negro contra su brazo. Tropezó con una silla y, sin
decir nada, como una sonámbula, salió. Y así, Tomó un camino sin destino, sin
objetivo. Detrás de ella, por negligencia, se deslizaba su bufanda roja como
una cola. Y a medida que se acercaba a la plaza del capítol, los gritos
ensordecidos iban en aumento y le aturdían los oídos. Allí, en los muros:
muchos anuncios de una hembra de guepardo asesinada. Clemencia, vulnerable, con
los hombros caídos y la mirada perdida, no prestaba atención a nada. A
pesar de su estado, se encontró arrastrada en el remolino de una ola de
manifestantes. Se veían pasar como nubes blancas. Había centenares de personas
mayores y jóvenes, mujeres y hombres de organizaciones y asociaciones: la SPA,
de la protección de animales en peligro de extinción por la caza furtiva y
el tráfico de animales, y en apoyo de la conservación de la naturaleza. Otras
organizaciones humanitarias: la MSF, la de los médicos sin fronteras, que
reclamaban el derecho humano a la vida y a la paz para todos. Juntos saltaban,
bailaban, gritaban: algunos llevaban altavoces, otros alzaban pancartas de
protestas y banderolas de reivindicaciones escritas con gruesas mayúsculas
rojas. Miles de papeles con mensajes volaban en la claridad del cielo que había
sustituido a la oscuridad. Y por encima de todos ellos, el helicóptero de la
prensa lanzaba un sonido agudísimo, levantando una tormenta de polvo. Clemencia
se sintió en el ojo del huracán, rodeada, empujada por los cuerpos que surgían por todos
lados. Un soplo débil dentro de enérgicos soplos. Giró y giró como si estuviera
huyendo de la furia de un clamor espantoso. Perdió su bufanda. Perdió su
equilibrio. Solo se veía de lejos, como una mancha de sangre sobre una
amplia sábana blanca: era su sombrero hongo y rojo que su marido le había
regalado. De repente, un hombre mayor, alto, con barba corta y desaliñada. En
cuanto la vio se fue abriendo paso apresuradamente entre la multitud y se lanzó
hacia ella. Era Adamo, su marido, el médico. Había sido secuestrado con otros
compañeros de MSF, convirtiéndose así en rehenes de un grupo armado en la
zona en rebelde. Posteriormente, habían sido liberados gracias a la intensa
intervención gubernamental y de las organizaciones. Las circunstancias habían
sido dolorosas.
El reloj de la vida seguía balanceándose. Por fin, el reencuentro
emocional. Adamo se agachó ante Clemencia. La enderezó. La agarró, pecho
contra pecho, con abrazos de amor y de añoranza, con lágrimas de sorpresa
de alivio y de alegría. Se miraron cariñosamente. Y él le dijo…
De lejos te conozco y mi corazón salta,
querida, el perfume de tu piel me resucita,
con la distancia, cada día tu amor en mí crecía.
Clemencia, entre la alegría y la tristeza, replicó
Tanto te he deseado, tanto te esperado,
te he esperado hasta la desesperación…
Tu regreso me parecía imposible:
cuando pensaba en ti, me sentía triste.
Mientras la estrechaba, Adamo le murmuró algunos versos de «Sé que volverás
amor», la canción que antes entonaban juntos.
Dijo él: Ella en voz baja
y quebrada:
Cuando pienso en ti, Cuando
pienso en ti,
y tú no estás me
siento triste
cuando pienso en ti, sola sin
tu amor,
me siento solo, ya nada existe…
Yo me acostumbré qué difícil es,
tanto a tu modo es tanta la soledad,
Nada es igual, cuando
pienso en ti,
cuando pienso en ti y
tú no estás.
Ahí, el corro de manifestantes
suspendió su camino. Muchos de ellos, los más cercanos, compartieron esa
alegría con la pareja alzando la voz:
Sé que volverás, amor,
sé que volverás, lo sé…
Te quiero junto a mí.
Tal como el sol, un nuevo resplandor de felicidad iluminó sus rostros, su vida. Ambos
caminaron con paso decidido. Nuevos sueños, nuevas promesas.
Fátima Ezzehar.
Rabat, 25 de marzo de 2016.
Actividad basada en motivos estilísticos de “Desagravio” de
Ricardo Piglia.
Se citan versos de canciones de Julio Iglesias y Nana Mouskouri.
Hola, Fátima:
ResponderEliminarFelicidades por la actividad. Has cumplido con creces el objetivo de describir una escena y de incrustar una canción en ella. La introspección del personaje, sus desesperanza y su angustia están muy logradas. El ritmo está muy bien conseguido, sobre todo por la cantidad de detalles que incluyes en el entorno que rodea a la mujer. Me sigue sorprendiendo tu capacidad poética en español.
Ester: muchas gracias por tus preciosas palabras.los recursos del taller en general y de nuestros escritos especialmente,proceden de tus esfuerzos,tu orientacion y tus directivas para equiparnos a dar a luz una reflexion, un poema,un cuento,una hitoria de valor.
Eliminarotra vez, gracias.
Fatima
Fátima, como siempre nos sorprendes por tus textos, unos cuentos perfectamente elaborados, llenos de realismo y de poesia. El personaje de Clemencia está muy bien conseguido, así como el ambiente en el que se encuentra.
ResponderEliminarEnhorabuena y espero tu próximo cuento lo antes posible.
Anastasio
Fatima,
ResponderEliminarTu cuento me gusta y me gusta también como has introducido la letra de las canciones de Julio Iglesias y Nana Moskouri. Has logrado una complementariedad armónica entre poesía y prosa; y
¡Qué fin feliz!
¡Felicidades!
Rkia
Fatima!
ResponderEliminarSiempre un estilo muy poético. Me gusta mucho, a pesar que la historia es triste pero muy bien elaborada. La mezcla del cuento con la canción da al cuento un aspecto sentimental, profundo. El vocabulario es muy bien estudiado, pensado.
Felicidades amiga!
Bahia
Muchas gracias Anastasio,Rkia y Bahia por tus alentadores comentarios.Me encanta que hayàis leido mi texto y como siempre, seguis animarme.
EliminarTus comentarios me importan mucho.
Gracias amigo, amigas.
Fatima
Felicidades, Fátima. Una vez más me sorprendes con tu agilidad descriptiva, siempre buscando ese elemento poético. Has sabido plasmar la desesperación del personaje y es algo que el lector detecta desde las primeras líneas. Enhorabuena.
ResponderEliminar