Esta es la imagen en que pensé durante la lectura del poema «Preludio» de José Hierro. En particular, la última estrofa, un poco misteriosa, de su bello poema extraído de la recopilación Cuaderno de Nueva York (1998).
El título del poema es particularmente revelador: la magia del lenguaje esencialmente reenvía la magia de la poesía. Hierro nos vuelve a trazar esa epopeya del lenguaje humano desde las primeras onomatopeyas del homo sapiens hasta las maravillas de las palabras y de los sonidos que dicen más de lo que dicen y que se reproducen hasta el infinito para encantar nuestro universo y encantar nuestras vidas.
Volvamos al final del poema: entre las vallas publicitarias luminosas de Nueva York, el poeta queda cegado por esa orgía de luces que paradójicamente borran todo rastro de poesía y de lirismo y cultivan la amnesia rompiendo los puentes con toda esta historia milenaria y maravillosa que entrelaza al hombre con la magia del lenguaje articulado y declamado en poesía.
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