El mismo rito, a la
misma hora, todos los días laborables de la semana, y varias veces, incluido el
fin de semana. Sin eso, él también habría caído
en esa pobreza reptante. Solo hay que ver el barrio donde vive, su portera y
Charles, el mendigo alcohólico que eligió como domicilio la escalinata de su
modesto edificio. Antes de empezar a preparar su copioso desayuno y también su
bocadillo, necesarios para sus largos días de taxista, se puso sus vaqueros
anchos y se ató bien los cordones de sus zapatos verde-amarillos. Le gustaba su
color, que iba a conjunto con el color de su camiseta, además de ir a la moda y
combinar hasta con los colores de su taxi. Por otra parte, recordaba a la
encantadora dependienta que le había dicho que ese tono resaltaba muy bien su
bella piel morena y también la muy visible y curiosa marca de nacimiento de su
mano izquierda. En este sentido, Carl, el viejo taxista, lo hacía rabiar
delante de todos los demás, en la parada central, diciéndole: «¿Cuándo vas a
atreverte a pedirle la mano?». Él le replicaba que un hombre de estatura
mediana como él no podía esperar seducir a una chica alta y guapa como ella.
Al salir, con tanta
prisa como siempre, ella se había resbalado en esos malditos escalones del
cuchitril donde anidaba con su pequeño ángel de casi cinco años. El escape de
agua, que contribuía a reforzar las manchas de moho
por todas partes, había acabado provocando que las escaleras fueran resbaladizas. Su vestido corto y rojo, que moldeaba y
exhibía su cuerpo de estatura media, bien plantado y de nalgas ligeramente
abombadas, no le había ayudado a evitarlo. Para la joven madre soltera que era,
engordar era una tara suplementaria que sufría desde que su estrés se había
vuelto omnipresente. Tras levantarse, enervada, se vengó, vaciando su cólera y
su incapacidad para cambiar el curso de su vida
sobre sus propios zapatos rojos, golpeándolos contra el suelo, tan fuertemente
que acabó estropeando uno de los tacones.
A la salida, él, se
había cruzado con su gruesa portera, con su vestido negro de siempre y sus
zapatillas gastadas, barriendo la entrada. Luego les llegó el turno al mendigo
y a su perro. A menudo, él entonces se hacía las mismas preguntas: «¿Es sensato
seguir dándole la limosna a Charles, si sé con toda seguridad que acabará
bebiendo?» y «¿Para qué pongo la loncha de jamón en el bocadillo, si después
debo sacarla para dársela al perro cada mañana?». Pero, en su mente, tenía una
respuesta clara: le gustaba repetir ese gesto generoso y acabar dándole al
perro una pequeña palmada amistosa sobre la cabeza.
Rápidamente, ella
tuvo que dominarse porque su niño la seguía de cerca. Se apresuró a recoger su
peluche y, luego, estrechó a su hijo entre sus brazos. Contrariamente a su
madre, el niño parecía más tranquilo y andaba con pequeños pasos seguros y con
más serenidad que ella, gracias a sus nuevas zapatillas negras y rojas con
suelas de caucho. El tiempo no perdona y ella debía llevarlo a la guardería infantil
para poder dedicarse a sus ocupaciones y quehaceres. Con el pequeño en sus
brazos, acabó de bajar aquellos escalones interminables, atravesó los lúgubres
pasillos, sinónimos de manifiesta pobreza y salió a la luz de la calle en busca
de un taxi. Pero, por instinto femenino, se había acariciado su rodilla
izquierda para asegurarse de que sus medias de red no se habían desgarrado con la caída; valoraba la bella
apariencia que exhibía.
Una vez en su taxi y
antes de poner en marcha el motor, él no pudo dejar de acariciar, como cada
mañana, su amuleto, su fetiche: un pedazo de piel de conejo que colgaba del
retrovisor. No se consideraba supersticioso y se calificaba de optimista.
Luego, arrancó el motor del coche, listo para un día de lucha más por la vida,
tal como lo simbolizaba la máscara de
lucha libre estampada en el forro del cambio de marchas.
Ella caminaba con
dificultad: el tacón roto no le permitía acelerar el paso. Levantó la mano y
paró el primer taxi que pasaba por allí. Era el de él, el 6616-JEP. El azar
había decidido que se encontraran…
Abdellah EL HASSOUNI
Rabat, 17 de
septiembre de 2016.
Actividad inspirada en
el Cortometraje mexicano “Zapatitos”, de Armando
Ciurana.
!Maravilloso!Una historia bien narrada, con unas descrpciones que te hacen percibir hasta el más mínimo detalle.
ResponderEliminar¿Qué pasará después de coger el taxi? Espero la continuación.
Enhorabuena
Abdellah,
ResponderEliminarLa verdad es que Ester logra escoger unas fotos muy expresivas como ilustración de los textos que publica en el Blog.
Los zapatitos rojos de la fotografía me han interpelado en primero, luego leí el texto.
¡Me encanta!
Una historia urbana llena de vida y de movimiento. Has usado un vocabulario rico y diverso en tus descripciones de las escenas, de los personajes y del estrés de sus cotidianidades y hasta sus pensamientos…
¡Me gusta el final!
¡Felicidades amigo!
Rkia