- ¿Te pasa algo
conmigo?
- ¿Por qué dices
eso?
- Así no más,
por nada especial, un sentimiento.
- No me pasa
nada. Es solo el cansancio, cariño, he tenido una semana de locos con todas las
cosas que tenía por hacer. Es solo eso. Estoy agotada.
- De acuerdo,
entiendo.
¿A caso no
sabes que te conozco tanto que no me hace falta ver tu cara para saber que me
estas mintiendo? ¿Y qué podría decirte? ¿Que sí pasa?
Pues no lo
hice. Me callé. Bloqueé el teléfono y lo deje sobre la mesilla y me fui como
para crear distancia. Y por haberme llamado cariño, me
dije que tal vez no había de qué preocuparme. Porque a mí, cuando estoy
enojado, nunca me salen palabras tiernas, aunque quiera.
Así pasaron
algunos días durante los cuales me obsesioné, mirando mil veces la pantalla de
mi teléfono, comprobando si había un mensaje tuyo. Y cuando lo encontraba, leía
cada palabra como si quisiera desnudarla o descubrir lo que había detrás y qué
sentimiento verdadero escondía. No encontré nada. Tú escribías con frialdad, de
modo que no había nada concreto que desvelara que algo pasaba. Pero… Bueno…
Cuando se conoce tanto a una persona, se sabe en qué momento todo va bien con
ella o cuándo no.
Nuestros
mensajes se multiplicaban:
- Te lo pregunto
por última vez, ¿Te pasa algo conmigo?
- ¿Por qué
insistes? Te dije que era solo cansancio.
- Pues te he
conocido en todas las situaciones posibles, también en periodos mucho más
difíciles, así que no me engañes.
- No tengo nada
que decirte. Ya sabes que pienso que hay ciertas cosas de las que es preferible
no hablar, es mejor para todo el mundo.
- ¡Pues yo
prefiero mil veces que me digas «pasa algo y no quiero hablar de ello» en vez
de decirme que no pasa nada y dejarme enloquecer!
- …
No puedo
acordarme muy bien de si, en aquel momento, fue el cielo lo que me cayó encima,
o si fue el suelo el que se derrumbó bajo mis pies. En todo caso, ya había dado
mi primer paso hacia aquel infierno que iba a vivir durante semanas.
Más tarde, me
confesaste que te había hecho tanto daño que te dolieron el corazón y el alma.
Que no era la primera vez, que las otras veces yo no me había dado cuenta
porque fingiste muy bien que todo era normal. Y que ahora
solo necesitabas tiempo, y todo volvería a ser normal
entre nosotros.
El sol hizo
sus maletas y se fue, el cielo se volvió diáfano y el arco iris perdió sus
colores. ¿Los árboles? Pues de tanta tristeza se inmovilizaron
sus hojas.
Quieres
tiempo, pues te lo voy a dar. Seguro que se pueden aguantar unos días sin luz y
sin vida.
Y pasaron
días, y no hice nada más que pensar en ti y aguantar la amargura del hilo roto.
Me quemaba por dentro saber que te había hecho daño sin tener la menor idea de
qué era lo que te había dolido. Era simplemente insoportable. Y aunque quise
respetar tu voluntad de no querer decírmelo, te rogué que me lo dijeras. Y tú
seguiste sin querer decírmelo.
Nos
encontramos casi por casualidad y con otras personas. A mí me resultó doloroso
estar contigo y sentirte tan lejos, inalcanzable. Nos despedimos.
Yo: vuelve a
mí ya, y tú: cuídate.
Pasaron días,
y seguiste igual de distante y tus palabras fueron incoloras y escasas. Ya no
miraba mi teléfono porque sabía que no habría mensajes tuyos.
Cuando nos
vimos, me hablaste casi como si no hubiera ocurrido nada, y no sé cómo lo
lograste. Nos vimos otro día, me ayudaste en mi trabajo, y olvidé mi maleta en
tu piso.
Pero me puse
enfermo, y me la trajiste a mí casa. Puedo decirte que jamás olvidaré cómo me
miraste aquel día diciéndome: “que te mejores”. Me miraste como se mira a
cualquiera. Como se mira a una extraño. Lo dijiste con un tono de cortesía que
me congeló el alma. Hubiera preferido que la hubieras tirado a la basura y no
verte mirándome con aquella mirada.
Y entonces por
fin entendí que tu enojo era más grande de lo que yo me imaginaba. Y
dentro de mí creció una rabia insostenible. Decidí dejarte en paz y no decirte
nada, pero no pude.
Ya sabes que
siempre necesito hablar. Que mis palabras tienen alas y nunca pueden quedarse
quietas ahí dentro. Y te escribo porque no lo soporto más, porque no sé cómo
puedo hacerte daño queriéndote tal como te quiero. Quiero decir, que te quiero
más que a la vida misma. Que me deja una huella por dentro el no saber. Pero
que me pasa algo raro: quiero que me digas que pasó, y al mismo tiempo me
parece algo tan tremendo que siento una cobardía creciendo dentro de
mí que me impide el seguir insistiendo para llegar a saberlo. Y estoy
enfurecido contra mí mismo. Y confío tanto en ti que me convenzo de que, si has
elegido no hablar, es preferible para ambos. Pero que le doy miles de vueltas a
los acontecimientos de los últimos tiempos y no encuentro ese acto tan malo que
podría yo haber hecho. Y me obsesiono. Y es un infierno. Y que te pido perdón
aunque no sé por qué. Sabes que me cuesta pedir perdón. Y que a ti te lo puedo
pedir aunque la culpa haya sido tuya. Que me duele haberte dañado. Pero que no
puedo aguantar más.
Y tú: No sé
qué decirte. Lo siento.
Y
el fuego me quema el corazón.
Cuando nos
culpamos de algo, pasamos por un cierto proceso. Primero, la aceptación, porque
nunca es fácil saber que hicimos daño a alguien querido. Pedir perdón. Luego el
análisis de lo que hicimos y, al final, la resolución de no volver a hacer algo
parecido. Y con los días, el olvido.
Pues contigo,
el proceso no se pudo cumplir. Y seguí como sin poder cumplir con el luto de
algo, con el miedo de repetirlo, y con esa huella por dentro. ¿Cómo se puede
evitar la repetición de algo que ni nos dimos cuenta que habíamos hecho?
Me pides
comportarme con normalidad contigo. Y me dices que alejarme no es la solución,
que no te ayudaría.
Por segunda
vez en mi vida empecé a sentir que, de verdad, te estaba perdiendo. Solo que la
primera vez todavía no eras la luz de mis ojos, y mi corazón todavía no estaba
entre tus manos.
Y empecé a
perder la fe en los “siempres” y los “jamases” que han sido los pilares de
nuestros veinte años de cercanía. Perdí el apetito por la vida, por
la comida, por todo. Y por las noches, no lograba conciliar el sueño.
Dijiste que no
querías decirme la verdad para no hacernos daño. Pues la verdad era que no veo
daño peor que éste. Tal vez me equivoco.
Después de lo
que me pareció una eternidad, los rayos del sol aparecieron, tímidos y
vacilantes, trayéndome algo de esperanza. Y pusiste abrigo a tus palabras.
Y volví a mirar a la pantalla de mi teléfono, esperándolas. Y mi corazón volvió
a latir más fuerte al ver tu nombre cerca del pequeñito sobre allí arriba. Y
los árboles por fin dejaron bailar a sus hojas con el viento.
En cuanto a
mí. Pues recuperarte fue como resucitar. Si eso es volver a la vida.
Y la vida
volvió poco a poco a la normalidad. Y la conexión entre nuestras almas se
restableció. Y pudimos comprobar que lo nuestro lo superó. Que lo nuestro era
indemne. ¿Un milagro? No lo creo. Y aunque lo fuera, no me sorprendería
sabiendo que lo nuestro de milagros sabe mucho.
Algunos meses
nos separan ya de ese paréntesis doloroso. Y lo nuestro volvió a resplandecer.
La verdad es
que no pasa ni un santo día sin que piense en ello. Sin que me pregunte cuál
era el mal que hice. Sin que sienta el miedo de volver a repetirlo. No pasa ni
un solo día sin que una sombra nuble mi cielo. Muchas veces tengo ganas de
decírtelo. Entonces tecleo palabras, luego acabo borrándolas con la aprensión
de turbar nuestra serenidad recuperada, con el miedo de revolver la olla.
Ahora te lo
digo. Y ¿sabes? Puedo perdonar a alguien por haberte dañado, pero a mí, aunque
me lo perdones tú, yo no me lo perdono.
Esas palabras
las escribo para borrar el silencio escondido entre tu corazón y el mío. Y
porque no puede haber abismos entre tu alma y la mía.
Te quiero.
Fatine Sebti.
Rabat, febrero de 2018.
Tarea inspirada en «LA
TERRIBLE SINCERIDAD» (Aguafuertes porteñas) de ROBERTO ARLT.
Fatine: describes muy bien cómo el silencio de la persona amada puede doler. Lo más curioso es que, finalmente, el amor no recurre a la sinceridad sino al perdón. ¿Tal vez porque la sinceridad puede herir al amor?
ResponderEliminarUn abrazo
¡Hola Fatine!
ResponderEliminar«Entre dos aguas» describe y relata lo complicado, lo arduo y lo ambiguo que resultan las relaciones entre dos personas y entre los humanos en general. Sobre todo cuando carecen de sinceridad.
Has empezado estas palabras que escribe tu personaje “para borrar el silencio escondido entre tu corazón y el mío” por un dialogo. Este traduce la falta de comunicación sincera que acaba doliendo y obsesionando a la protagonista. Esta obsesión se traduce por el “monologo interior” y el intento de lectura y análisis de los silencios, de los blancos y de lo no dicho…
Se nota un estilo poético y una fluidez en tu texto. Diré que se parece a la manera de hablarse el uno con sigo mismo andando o haciendo rodeos dentro de un cuarto en una búsqueda de respuestas sabiendo que la otra persona con una pizca de sinceridad puede aclararlo todo y evitar tanto dolor.
Tuve que releerlo varias veces :)
¡Me encanta!
¡Felicidades amiga y qué sigas escribiendo!
Un abrazo.
Rkia
Ester, tal vez no todas las verdedades han de ser dichas, y a veces el silencio es la opcion mas sabia.
ResponderEliminarFatine, tu texto transmite la angustia del personaje, el silencio del otro lo quema por dentro, es un silencio-castigo, tal vez el mas cruel que pueda utilizar una persona.
un texto muy profundo que transmite perfectamente el sentimiemto de la protagonista, el estilo es elborado y muy bonito como siempre, es un placer leerte.
un beso
Ester, yo creo que al fin y al cabo lo más importante es proteger al amor. Si recurrir a la sinceridad amenazaría con herir este amor o darle un golpe irreparable, pues mejor callar. A veces es la opción más sabia como dice Imán.
ResponderEliminarRkia, gracias por tu lectura tan atenta. A través tus comentarios, muchas veces, tengo el sentimiento de que te apropias mis textos y eso me emociona. Muchísimas gracias. También por tus consejos, y tu sinceridad a la hora de dármelos
Imán, me parece que te ha llegado todo el desconcierto del narrador, toda la confusión y toda la angustia. Por lo del silencio castigo, pues creo que en el amor no puede ser la intención, pero eso no impide todo el sufrimiento que causa ese silencio.
Me alegro mucho de que mi texto os haya gustado. Muchas gracias por vuestros comentrios.
Un abrazo