En la introducción al libro se dan algunas claves
sobre las características de la poesía de Lorine Niedecker y sobre el proceso
de la traducción misma. Para no repetirme, por tanto, quisiera dejar aquí
constancia de unas cuantas sensaciones que he vivido durante el proceso, y de
las que espero no desprenderme nunca del todo.
Antes de las vanguardias artísticas del siglo XX,
las traducciones de poesía daban preeminencia a estrategias de “apropiación”,
de manera que los poemas sonasen, en la lengua meta, casi como nuevas
creaciones. La poesía experimental, como es el caso de Lorine Niedecker, ha
obligado a los traductores a revisar su técnica habitual, ya que el grado de
“ininteligibilidad” de la lengua de origen en mucha poesía contemporánea debe
ser trasladado como tal, sin ser
naturalizado, a la lengua meta. Ya en 1923 Walter Benjamin afirmaba que el
error principal del traductor consistía precisamente en ceñirse a las costuras
de su lengua en lugar de dejar que estas fueran tensadas por la extrañeza
introducida a través la lengua extranjera. Apropiación y extrañeza,
consecuentemente, deben mezclarse y fundirse en las dosis justas, con una doble
intención: que la traducción “suene” bien, sin chirriar, en la lengua traducida
y, que a la vez, la lengua a la que se traduce incorpore ese grado de
experimentación por el que ambas, lengua de origen y lengua meta, abren
ventanas inesperadas dentro de sus propios sistemas morfosintácicos. Este ha
sido, sin duda, el mayor reto de traducir a LN.
Cuando a través del director de la colección Anfitriones,
Tomás Sánchez Santiago, la editorial EOLAS me dio libertad para elegir a quién
traducir, no lo dudé: estaba tras la pista de LN desde que, hace unos años,
traduje a la poeta del lenguaje Rae Armantrout. Un elocuente artículo de esta
última me hizo obsesionarme con la poesía de LN hasta el punto de comprometerme
a traducirla a la primera ocasión. Espero que mi aportación despierte en los
lectores y posibles traductores el interés por otros autores del período
objetivista de la poesía estadounidense; período por el que se suele pasar por
alto cuando, en el fondo, mucha de la poesía contemporánea experimental bebe de
esas fuentes. Por mi parte, nunca estaré lo bastante agradecida a la editorial
EOLAS por esta oportunidad.
Obviamente, todo traductor quiere que su trabajo se
lea y se reconozca. Sin embargo, la motivación profunda de la traducción de
poesía en sí es bastante indiferente a las circunstancias de recepción. Como
podrán corroborar los traductores que estén hoy en esta librería, la traducción
de poesía es adictiva. Y a la pregunta de por qué un poeta (casi todos los traductores
de poesía, o bien lo son, o terminan siéndolo) tendría interés en dedicar su
tiempo a la obra de otros, la respuesta también es clara: aparte de los
beneficios lingüísticos que la disciplina de la traducción aporta, impagables
en la obra propia, está la experiencia de la identidad individual que se
desborda y fluye en otras, tensando las costuras del ser. La traducción de
poesía nos convierte en seres distintos o, más bien, en versiones más complejas
de nosotros mismos. La resonancia de los sucesivos autores se acumula, capa tras
capa, sobre nuestro existir. Lo que es más, una huella de nuestro reajuste
temporal con el último poeta traducido permanece flotando en el aire,
intraducible; precisamente como esa parte ininteligible del poema, o ese rastro
de las palabras que la conforman, y que constituye el núcleo de lo que, contra
todo pronóstico, ha de ser traducido. Si bien este fenómeno también se da
traduciendo prosa, la poesía, por su propia condensación, lo hace infinitamente
más intenso.
Mi gratitud hacia lo que LN me ha aportado se
expresa en un poema que escribí, en tono elegíaco, después de conocer la
historia de su segundo marido, Al Millen. En dicho poema, indirectamente le
devuelvo mi devoción en la persona del único hombre que le dijo que la amaba.
Es mi modo oblicuo de reconocer la verdadera dirección de nuestra relación:
mientras parecía que era yo quien dedicaba mi tiempo a la obra de LN, ella iba
enriqueciendo los aspectos más profundos de mi propia identidad. Aparte de
hablar de LN a través de Millen, el poema está escrito en español pero titulado
en inglés: otro ejemplo de cómo la traducción acaba por abrir senderos
caprichosos y cruzados entre lenguas, entre vidas e, incluso, entre los vivos y
los muertos.
HUSBAND OF LORINE NIEDECKER, 1904-1981
Obrero, pintor de brocha gorda, divorciado,
“bebía demasiado.”
Nunca
entró
en el críptico mundo
—surrealista, objetivista—
de su segunda esposa,
esa menuda mujer con gafas
y voz infantil a los 60
a la que visitaban poetas y editores
en su pequeña isla de Wisconsin,
austera y líquida y rica en sonidos
como sus propios poemas.
Murió
en 1970, y la enterraron
en la tumba familiar
en un cementerio de Fort Atkinson.
Once años después, bajo su nombre
y fuera del recuadro, como
pidiendo permiso
para acomodarse,
se grabó: “Millen.” Y luego,
en una pequeña
lápida
sobre un gran cuerpo: Albert O. Millen
1904-1981
Esposo de
Lorine
Niedecker
Natalia Carbajosa, traductora de Lorine Niedecker. Y el lugar era agua. Antología poética. León: Eolas Ediciones, 2018.
Natalia, gracias por cedernos esta presentación de tu traducción de Lorine Niedecker. Te deseamos mucho éxito. Un abrazo.
ResponderEliminarEster
Me encanta atravesar el Atlántico para descubrir a la poeta americana Lorine Niedecker que no conocía antes esta presentación. Y leyéndola, descubro que desvela en parte la riqueza de la experiencia de Natalia Carbajosa a la hora de realizar la traducción de la antología: « Y EL LUGAR ERA AGUA».
ResponderEliminarComo cuando dice más adelante:«…aparte de los beneficios lingüísticos que la disciplina de la traducción aporta, impagables en la obra propia, está la experiencia de la identidad individual que se desborda y fluye en otras, tensando las costuras del ser.»
Gracias Natalia por ceder esta presentación y gracias Ester por su publicación en el Blog para conocer otra faceta de la autora de «Tu suerte está en Ispahán» que estudiamos en el Taller.
Rkia