TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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domingo, 3 de abril de 2022

«VEINTE AÑOS, HIJO», BAHIA OMARI

 

 

Lloro sin cortar cebollas, pero oigo la fluidez de las lágrimas,

lágrimas por el dolor que alcanza siempre mi corazón, mi alma;

un dolor indescriptible, indeseable, despliega su fuerza,

la fuerza de la aceptación o la tranquilidad del alma.

 

Fui a depositar más flores sobre tu tumba, tu jardín,

este jardín que esconde el secreto de aquellos desastres.

Desde hace veinte años me gusta allí cultivar flores radiantes

que guardan esmeradamente recuerdos felices y amargos.

                                                                                   

El alivio destaca en el horizonte de mi universo silencioso.

Cuando respiro el olor de esas flores, atravieso tu silencio perpetuo.

Esas flores que animan tu jardín me permiten el contacto espiritual,

y ahí dentro encuentro un lugar de paz y vehemente serenidad.

                                                   

Ahora mis ojos se secan, no pueden derramar más lágrimas.

Ahora me queda la herida profunda y la desesperación de tu perdida.

Ahora la cebolla ya no podría ayudarme a encontrar más lágrimas.

 

Bahia OMARI

Conmemoración del vigésimo año de la desaparición de Yacine

(26-03-2002/26-03-2022)


martes, 15 de marzo de 2022

“MI QUERIDO VECINO”, ASSIA EL OUALIDI

 


I

En uno de los barrios de la antigua ciudad de Fez, hay un edificio alto con vistas al mercado de verduras y frutas y a los monumentos sellados por sus murallas. A pocos metros de allí hay una mezquita en la que se realiza la oración y que es visitada especialmente por la gente del barrio.

Le pido a Dios que muera esta gentuza para que yo pueda descansar en este edificio. Todo es insoportable, las voces inigualables de los vendedores y el olor repugnante de la harira que sale de la casa de Aicha y, lo peor de todo, es que ella sabe que yo odio su harira. Yo sé que nuestras noticias las comparten todos los vecinos, gracias a la estúpida Zineb, que no sabe nada de las tareas a domicilio, pero que sí es muy hábil para espiar.

Y está también la gorda de arriba, que siempre a media noche, cuando por fin hay cierto silencio, provoca un ruido extraño y similar a la caída de unas canicas sobre el suelo. Seguro que es la gafotas de su niña seguida de la madre subida en sus tacones; el ruido que produce es como el de unos palos de batería. Pero lo peor de todo es cuando maúlla el gato del viejo viudo de abajo y se une al llanto de nuestro hijo.

Nunca imaginé mi vida así; siento que me estoy volviendo loco.

II

María hace lo que puede para hacer feliz a su esposo. Ha enviado a su hijo a casa de la abuela para que Majed pueda disfrutar de paz en su hogar y yo le preparo una tisana para conciliar el sueño. Después le ha tocado su pieza favorita de Chaikovski, pero él está en otro mundo, planeando matar al gato del vecino que ha escapado muchas veces de la muerte. Esta vez Majed decide matarlo el viernes, el día que los musulmanes tienen designado para la oración y la liberación de los pecados. Por la mañana se levanta y espera impaciente la hora de la oración, y cuando su mujer le pregunta por qué no va a la mezquita, él finge estar enfermo. Cierra la puerta del dormitorio que da a la terraza del vecino y se asegura de que el viudo está en la mezquita. Luego, toma la caña de pescar y pone un trozo de carne en el anzuelo y finalmente echa el hilo por la ventana. El pobre gato atrapa la carne y se queda enganchado. Luego, se derrumba por el efecto del veneno. Majed recoge el hilo con el rostro lleno de alegría y victoria, lo corta con unas tijeras y el gato estira la pata en la terraza del viejo. Cuando el vecino vuelve a su casa, se queda petrificado y después de unos momentos llama a la puerta de Majed para contarle lo que le ha pasado a su gato. Majed esboza una profunda tristeza en su rostro y le pide que se quede a tomar el cuscús con ellos. El pobre abuelo acepta y, cuando termina de comer, se lava las manos en el baño y, de repente, ve en el espejo la caña con el hilo cortad. Comprende todo lo sucedido y decide vengarse.

Unos días más tarde, el viejo compra un perro que ladra y gruñe con frecuencia, incluso por la noche, y lo que es peor, orina delante de la puerta de Majed. El viudo no limpia esos residuos y el olor se vuelve cada vez más desagradable. Majed decide bajar para amenazarle y decirle que no tiene derecho a tener un animal en su domicilio porque ensucia los espacios comunes del edificio. La mala suerte es que, cuando llama a la puerta, el perro lo recibe con mala leche y le muerde los tobillos; así que, finalmente, la víctima es Majed. Desde ese día, su estado empeora, duerme inquieto, moja la almohada con su saliva, tiene a menudo ataques de nervios, tira ollas y tazas desde la ventana con ojos desorbitados y aparece siempre con el pelo despeinado. Su esposa no puede refrenar sus vehementes síntomas, los vecinos se dan cuenta de lo desequilibrado que está y, un día, llaman a la ambulancia. Esta se lo lleva al hospital psiquiátrico acompañado de su esposa, que durante el camino les ruega a los enfermeros que apaguen la sirena para no molestar a su esposo.

 

ASSIA EL OUALIDI

Actividad de escritura inspirada en «El antiornitólogo» de Mercedes Durand.

Rabat, febrero de 2022.

domingo, 13 de marzo de 2022

«LAS CEJAS», BAHIA OMARI


En el café me pongo a mirar las cejas. Tal vez sea más cómodo con la nueva posición que he adoptado al inclinar la cabeza. Las de Mónica son triangulares y tupidas. Y ahora es como si se reuniesen en medio de su cara, sobre una línea recta, lo cual me indica que está cansada. Parece mirar al horizonte, pero el movimiento de sus cejas muestra que es capaz de responder sin comentario alguno a todo lo que pasa en el café. Es una persona muy divertida, de buen corazón, a quien le gusta velar por los demás. Por ello, durante el día, sus cejas no conocen pausa alguna y nada quieren perderse de cuanto sucede en el café.

Las cejas de Kito, en cambio, sin arco alguno, simbolizan el hombre soñador que no tiene los pies en la tierra y que está siempre en las nubes. Pero, a pesar de todo, es un hombre más bien analítico y racional. Me explican que tenía una librería de viejo, con libros antiguos consultados o a veces comprados por la gente que pasaba por Ítaca. Cada domingo, cuidaba amorosamente de su kiosco con las cejas unidas que ocultaban en parte sus ojos. Desempolvaba las estanterías y lustraba los vidrios de los estantes. Cuando su mirada encontraba algún libro desordenado, sus cejas esbozaban un claro movimiento de perturbación, y entonces una tras otra empezaba a danzar, como si sonaran  valses de Chopin, entre el cielo y la tierra, de izquierda a derecha.

El resto de cejas plasmadas sobre las largas frentes que estudio me procuran una fascinación enfermiza. Son esencialmente cejas pobladas y se hallan delineadas en rostros rubios. Esas cejas reflejan para mí el alto grado de narcisismo de esos hombres que, con sus ojos oscuros, me están mirando fijamente.

Con una tierna pincelada, doy fin a este óleo.

 

Bahia Omari.

Actividad basada en la reescritura del cuento “Inmóvil sol secreto” de María Luisa Puga.

Rabat, 26 de enero 2022.

«UNA IMAGEN DESCONOCIDA», BAHIA OMARI


Un miércoles quince de diciembre. Un día como todos los miércoles me levanto pronto para limpiar la casa con la ayuda de una tierna mujer. Después del desayuno, primero acometo la preparación de la comida. Ella se pone a limpiar y a vaciar las alacenas de la cocina. He comprado unas nuevas que debo recibir a finales de esta semana.

A las doce de la mañana, me siento un poco incómoda, pero continúo con mis tareas cotidianas. Tengo náuseas, me duele la cabeza y siento un dolor tipo cólico. No sé qué me pasa. No debo estar enferma, no, yo no.

El malestar persiste. Llamo al médico, no lo hago habitualmente, pero hoy creo que es inevitable. Debo ir a verlo de manera urgente.

El diagnóstico es rápido, tengo que ir a la clínica, puede ser apendicitis o la vesícula biliar. ¡Vaya! El laberinto infernal de las actas médicas. Por eso, me encuentro en una cama de hospital rodeada por tres médicos.

¿De quién se trata?               

¿De mí?

No, no, no soy yo. ¡Yo no puedo estar enferma, y menos en una clínica!

Esta imagen de una mujer enferma en una clínica, no es para nada normal en mí. Les pregunto a mi marido, a mis familiares. Todos afirman: en verdad no puedes ser tú, eres una mujer que nunca está enferma.

Esta mujer sobre la cama no soy yo. Yo no debo estar enferma, solo es una imagen desconocida de mí.

Al día siguiente, la mañana del dieciséis de diciembre estoy en casa.

Me despierto sudorosa. ¡Por Dios! Soy yo, y no estoy enferma. Todo ha sido una pesadilla. Estar enferma no es un papel que me vaya a mí. 

Me levanto ágil y apaciguada. Al pasar junto al espejo, me sorprende la imagen de una mujer joven y desconocida. Esta imagen no es la mía. Tampoco no es mi casa.

Estoy dentro de un torbellino, de una incertidumbre permanente.

 

Bahia Omari

Actividad basada en una reescritura del cuento “Una perfecta desconocida” de Mercedes Gordillo.

Rabat, 26 de enero de 2022.

sábado, 12 de marzo de 2022

«ANA Y SU PORCELANA», MARIBEL ANDRADE R.

Dedicado a Ana.

La veían pasar una y otra vez cada domingo, y quedarse allí plantada, observándolos, expectante, a punto de hablarles, pero ellos ya habían perdido la esperanza de que cualquiera de aquellos simples mortales se interesase por ellos, por su vida, por su historia. Ellos eran muy ricos, sí, tenían mucho que contar, habían asistido a muchos desayunos, comidas y cenas donde los etiquetados asistentes habían soltado prendas importantes de chismorreos palaciegos, de enredos amorosos, de complots, de traiciones, acerca de cómo provocar una guerra o cómo solucionar un conflicto bélico, cómo engañar al pueblo o a los trabajadores de sus fábrica. Cada uno de ellos había oído mil historias. Las circunstancias los habían ido separando de su vajilla original, de la vajilla que encargó la rimbombante familia Gladstone o Ramsay…, cuando vivían en la India y se casó la hija de la exquisita familia Grant o Campell..., como regalo de boda. Otros habían pertenecido a la casa de los Wellesley, los Rotthschild..., y allí se habían conocido algunos de los que ahora formaban parte de esos restos de platos, tazas, teteras, cafeteras, etc., reunidos de nuevo o por vez primera, creando aquella nueva familia, una  familia de reliquias, de piezas de colección o como quisieran llamarles, pero en la que finalmente se habían encontrado y se sentían contentos. En las largas noches en que permanecían arropados y juntitos bajo una enorme tela que les libraba del polvo, se contaban orgullos sus orígenes que no eran otros que  bodas, bautizos o  regalos de gratitud por haber apoyado tal o cual causa, haber ayudado a difundir un rumor, etc.  Entendían que lo que había dado lugar a su noble origen, a veces, no eran razones precisamente nobles, pero eso no podía manchar ni su elegancia ni su valor ¡Habían sido nobles testigos de la Historia! ¡Ah, si hablaran las cocinas de sus primeros tiempos! Por ellas pasaban criados, cocheros, doncellas…, un sinfín de personajes, que con sus cotorreos, los ponían al cabo de la calle en un santiamén. Esta visión popular era más tarde pulida por reyes, políticos, amantes, bufones, etc., en los salones, en los despachos o en las alcobas.

En aquellas largas y habituales conversaciones, una vez que se cerraba el mercadillo y la enorme tela los cubría, se enorgullecían de formar parte de aquel antiquísimo y preciado estilo que les daba tan sonoro nombre “victoriano”, y recordaban cómo en aquellos entonces, después de aquellas copiosas comidas o cenas, era costumbre que, al levantarse de la mesa, hombres y mujeres, ocuparan dos salones diferentes. Mientras ellos hablaban de política, negocios y, si había mucha confianza, de la amante de turno, ellas lo hacían de moda, de rumores y si había mucha confianza, del amante de turno. ¡Pobrecillas! Siempre tratadas como bobas, añadía alguna de las reliquias, cuando trataban este tema. Pero otras piezas, que habían tenido un uso más largo en el tiempo, informaban de los cambios en general y sobre este en particular, señalaban que las damas, aunque con mucho sudor y lágrimas, habían dado pasitos, bueno, más bien zancadas”. ¡Qué cosas!, murmuraban entre sí los más antiguos. 

Durante aquellas tertulias, las piezas tenían que cuidarse de no chocar entre sí en el fragor de la conversación porque podían sufrir un pequeño deterioro, una fisura, en fin, porque aquel podría ser su final. Aun así, el continuo roce era inevitable y producía entonces como un dulce entrechocar de finas teselas de nácar al ser mecidas suavemente por el viento. Todas sabían a qué vajilla pertenecían. Cuando llegaba una, era reconocida rápidamente por sus motivos florales, si representaba a una pareja pegando la hebra en el jardín, o a una exótica mujer de ojos misteriosos, o un paseo por la campaña al fondo de la cual aparecía el palacio, o un coche de caballos con el cochero restallando el látigo y los sirvientes dispuestos a saltar en cuanto parase aquel, o una joven bordando, o los lebreles y los perros volviendo de una jornada de caza… Infinitas historias en colores diferentes, verdes, azules, rojos, dorados representando un paraíso perdido.

Ante aquellos motivos, Ana se perdía, se extasiaba, enmudecía. Cada domingo de mercado, sus pasos la llevaban a aquel puesto donde, embelesada, pasaba de un motivo a otro de aquellas tazas, platos, etc., de fina porcelana muda, para marcharse, finalmente, con el deseo de volver a la semana siguiente para encontrar las mismas tazas, platos, tetera y cafeteras que dejaba allí, sintiendo que la esperaban, que deseaban que ella hablara con ellos.

Dándole vueltas en su cabeza, pensó: En cuanto cobre mi primer sueldo me compraré alguna pieza.  Pero no debo separarlas, parecen tan unidas, concluyó.

A la semana siguiente, Ana tuvo que guardar cama. Estaba triste pensado que no vería aquellos bellos objetos que la estarían esperando, seguro que con muchas historias que contarle. Aquel día solo la consolaba la idea de que pronto podría comprar alguna de aquellas magníficas piezas que le contarían  de qué hablaba la pareja del jardín, cómo había sido aquel día de caza, quienes viajaban en el coche de caballos, de dónde venían, si eran felices los criados y señores. En fin, quería llevarse a aquellos personajes a vivir con ella, pero primero tendría que vencer aquella timidez y preguntarles cosas, y si querían que ella se los llevara a su casa, y en qué orden, porque no quería hacer de menos a ninguno, pues ella no podía comprarlos a todos a la vez. Sería poco a poco, a lo largo de mucho tiempo.

Cuando Ana se presentó en la almoneda, aquella gran familia se quedó muda, estupefacta, porque vieron que aquella joven cuya ausencia habían comentado, había comenzado a hablarles y se interesaba por ellos y les pedía ayuda para solucionar su duda sobre cuál llevarse primero. Unánimemente decidieron que fuera la pareja más antigua: una taza y un plato cuyo motivo era un paseo por el campo con el palacio al fondo. Ana se puso muy contenta porque sabía que, a partir de ese momento, aquellos personajes la acompañarían siempre y le contarían todo lo que ella se había estado preguntado durante tanto tiempo.

Si vas a la casa de Ana y te invita a un té o a un café, acéptalo, porque lo tomarás con Ana y su porcelana. Finas tazas y platos mimosamente decorados, en los que, si prestas mucha atención y tienes suerte, podrás ver a los personajes bailando con sus pomposas ropas o a los lebreles volviendo con sus perros y su caza… Y mientras saboreas un aromático té o café, hasta oirás unos cascos de caballos o los ladridos lejanos de una jauría de perros o el susurro de dos amantes que temen ser oídos.

 

Maribel Andrade R. 

Rabat, 1 de enero de 2022

viernes, 7 de enero de 2022

«MADRE TIERRA…», ELISA CHOZAS


Madre tierra, estás en la claridad que alumbra los despertares de todas las primaveras; en la serenidad del otoño, cuando te despojas de lo que ha sido tu más bello momento y surge de tu seno la melancolía sin llanto que cubre tus hojas muertas; en el fuego del verano; en la desolación con que te asomas a la ausencia de todos los inviernos. Te muestras y te escondes. ¡Me enloqueces de ganas de cogerte, de besarte, de emprenderla a bocados con la nada...! ¡Madre tierra!

Las nubes son los velos de esa presencia tuya que a tu capricho desvelas.

Percibo tu canto cuando apareces mezclada con las flores. En ti escondo mi lamento, redoble de tambores.

 

Elisa Chozas.

Jueves, 6 de enero de 2022.

Texto inspirado en la lectura de Mercedes Durad.

 

«Y LAS DE FATIMA…», ASSIA EL OUALIDI


En el café me pongo a mirar las nalgas de los presentes porque me he situado en un lugar estratégico y bastante más cómodo para ver con mayor claridad.

Y las de Fátima, al levantarse del asiento, con sus pantalones de campana de tela gruesa y colores llamativos que aumentan visualmente más las curvas, liberan literalmente un sistema airbag. Sus caderas anchas, un auténtico paraguas gratuito de carnaza, protegen sus zapatos de la lluvia. Cuando camina, sus nalgas la ayudan a mantener una postura corporal enderezada, participan siempre de cualquier movimiento y se convierten en la base de su equilibrio. En estos instantes, todos los ojos de la sala, con sus diferentes tamaños, se mueven como limpiaparabrisas hacia esa zona llamativa, ese signo de fertilidad y de salud.

A pesar de toda esa carga, Fátima tiene un carácter especial: no se siente acomplejada, sino que escancia humor e ironía para enfrentarse a la vida. Además, viste como le apetece, con ropa moderna y haciendo oídos sordos a las críticas.

Mohamed, el dueño del café, es un tipo serio, de cara firme, muy flaco, un palo vestido que tiene forma de pera: la parte superior muy alargada y cubierta de una camiseta de seda negra que marca sus huesos; y la parte inferior, embutida sus pantalones ajustados de color oscuro, lo cual empeora las cosas ya que su espalda se acaba extendiendo hasta los tobillos sin ningún tipo de curva de por medio. Sobra decir que es un hombre negativo y depresivo.

Sin embargo, él también es un gran admirador de esa gran masa de Fátima, aunque a su manera. Precisamente, en este instante se dirige a ella para invitarla a bailar.

 

ASSIA EL OUALIDI

Rabat, diciembre de 2021.

Tarea de escritura basada en motivos del cuento «Inmóvil sol secreto» de María Luisa Puga (Vindictas. Ed. Páginas de Espuma, pág. 44).

martes, 4 de enero de 2022

«MI TÍO ALI», AHLAM KOUERA

     


     A mí, como a todos los niños, me gustaba jugar, sobre todo con los juegos que nos traía mi tío Ali. Mi tío Ali trabajaba en una Casa de Jóvenes, y por esa razón viajaba mucho al extranjero. Tras cada viaje mi tío nos regalaba un juego, así que sus viajes se convirtieron en una espera llena impaciencia. Un día, el tío Ali nos regaló una caja. Mi hermano mayor y yo la abrimos  y descubrimos unos trozos de cartón: era la primera vez que yo veía un puzle, no sabía qué hacer, pero mi hermano mayor, con agilidad, empezó a unir aquellos fragmentos, mientras yo hacía todo lo que podía para ayudarle. De repente, apareció la imagen de dos caballos, uno blanco y otro gris. Y yo me quedé embobada. Entre todos los juegos que nos regaló mi tío Ali, hay uno que nunca olvidaré. Era un Lego, un castillo medieval. Lo construimos ensamblando pieza tras pieza. Así fueron alzándose muros, torres coronadas por unos conos de color rojo, todo rematado con ventanas y puertas de hierro con cadenas. Recuerdo que aquel día, cuando acabamos de montarlo, jugamos largas horas. Era la princesa del castillo.

     Yo quería  mucho a mi tío Ali porque era muy generoso, y cuando hablo de generosidad no me refiero solamente a lo material, sino concretamente a  los sentimientos. En el fondo de mi alma, yo sentía el amor incondicional de mi tío hacia  mí. Porque, tras la pérdida de mi padre, en los ojos de los miembros de mi familia siempre veía cariño mezclado con tristeza y piedad, mientras que en los ojos de mi tío Ali veía cariño y ternura mezclada con mucho orgullo. Él se sentía orgulloso de mi conducta y de mis notas en la escuela. Por eso, su llegada borraba todo el vacío que tenía dentro de mí. Él era el sol que iluminaba y calentaba mi pequeño corazón.

     A mis doce años, un día cálido de verano, mi tío entró en la casa con una mujer y me la presentó:"¡Ahlamiii, ésta es mi novia Amal!". Aquel día yo sentí que había perdido a mi tío para siempre.

 

Ahlam Kouera.

Diciembre 2021-Enero 2022

Tarea de escritura basada en el cuento “Mi hermano Mayor” de María Luisa Puga.

 

viernes, 3 de diciembre de 2021

«ÁFRICA TIENE NOMBRE DE MUJER», ELISA CHOZAS

 

África tiene nombre de mujer. No sé si será por eso, pero la recuerdo llena de un misterio femenino que le confiere un encanto especial. Su tierra tan rotunda y sus frondosos palmerales, su aire alternativamente limpio y condenadamente contaminado, el más contaminado de la tierra, el bullicio de sus ciudades, sus silencios… sus secretos.

Yo nací en el norte de África en un tiempo muy diferente al de ahora. Aún, cuando cierro los ojos, la sigo viendo como un mosaico de colores, sonidos y olores muy diferentes a todo lo que he conocido después.

Como casi todo el mundo, supongo que mis primeros recuerdos son como piezas de un puzle, sueltas. La infraestructura de ese puzle es una casita acogedora de color amarillo… Grande. Con un comedor en el que se respetaban unas horas para las comidas y un cuarto de estar en el que se pasaban muchas horas, charlando, cosiendo, oyendo la radio y mi padre leyendo su periódico, El Telegrama del Rif. También veíamos, cuando el balcón estaba abierto, el monte Gurugú, y oíamos a Pavarotti, que era el canario de mi madre… Además, había una cocina grande, no muy luminosa, pero sí muy blanca, con una gran encimera en la que mi tía María hacía unas rosquillas de sobresaliente cum laude, que tenía la costumbre de contar, por lo que no había forma de meterles el diente… Por lo demás no hay mucho más que referir, tenía los dormitorios que recuerdo soleados, y un baño con una bañera muy grande. La casa era lo que ahora se daría en llamar minimalista… Y entre las piezas del puzle, mis padres, mi abuela, mi tía María, mis vecinos, y las persianas de madera también amarillas que cerraban el balcón con un aldabón al llegar la noche… bueno, y las macetas sin flores.

Tengo la impresión de que los días eran más largos que los de ahora, a pesar de que se acababan siempre a las once de la noche con las noticias de Radio París. Esto que cuento ahora no se lo había contado aún a nadie, porque mi madre decía que las cosas que se hacen o se hablan en casa, en casa deben quedar. Claro, santa palabra. Y es que ahora caigo en que lo de oír Radio París era mal entendido por las gentes de derechas o como diría mi amiga, de derechísimas, que no sé por qué abundaban tanto en aquélla época.

Los días transcurrían más o menos iguales, al menos allí, y estoy segura de que eran distintos al de otras gentes porque cerca de mi casa estaba el mar, y las gentes del mar son diferentes al resto del mundo que no lo tiene, porque siempre he sabido que es así, y porque además no les despiertan las gaviotas, con ese griterío que aún me sigue pareciendo maravilloso. Además, a donde hay mar van barcos de lugares muy alejados del mundo. También hay barcas de pesca que salen al atardecer y se van camino del horizonte, que a veces está lejísimos, y que luego, cuando vuelven, perfuman el aire con olor a calima y a brea.

Bueno, también recuerdo que había un parque cerca de mi casa que tenía un patinódromo lleno de baches y donde se quedaron muchos de nuestros dientes, me refiero a los de los niños de mi calle. Uno de ellos se llamaba Jeromín, y nunca lo olvidaré porque cuando le pisábamos las montañitas de arena que hacía en la calle, teníamos que estar huyendo de su madre que era una fiera de señora. A veces nos refugiábamos en una jaula de patos que había al lado del patinódromo, en donde vivían cinco o seis patos a los que nadie hacía caso, y para que no alborotaran con la madre de Jeromín, les tirábamos nuestros bocadillos. Claro, los patos encantados. Desde entonces parte ese dicho de “tienes más hambre que los patos del parque”

Pero la cuestión es que yo ya no vivo en África. Ahora estoy muy lejos de mi tierra. Aquí no hay mar, ni gaviotas, ni gentes con colores de piel, ni credos diferentes y ya tampoco juegan los niños en la calle. A veces tengo la impresión de haberme cambiado de planeta, y la verdad eso me entristece, así es que un día cuando se lo estaba contando a Manolito, que es mi perro, se me ocurrió una idea estupenda. Podríamos hacer una ciudad pequeñita con macetas sin flores, y canarios como Pavarotti, un parque pequeño, una laguna salada con peces para que vinieran las gaviotas, unos cuantos grillos, alguna luciérnaga, lagartijas y mariposas de todos los colores. Haríamos una casa abierta por todo los lados, con hamacas colgantes y alguna otra palmera, ah, y el suelo de arena... Y dejaríamos un espacio importante para los animales que quisieran pasar allí algún tiempo… A Manolito le encantó la idea, que además era sólo el principio, así es que nos pusimos manos a la obra y…

¡¡¡Qué maravilla cuando lo acabamos todo!!! Desde luego, la luz no era la de África, porque todo no se puede tener, pero desde cualquier rincón de la casa, podíamos ver titilar las estrellas… Manolito y yo nos pusimos muy contentos, pero anoche, mientras contemplábamos el cielo estrellado, nos dimos cuenta de que no recordábamos dónde estaba la puerta, y yo no le he dicho nada a mi perro, pero creo que me olvidé de ponerla.

 

Elisa Chozas.

Madrid, junio de 2021.

Este escrito surgió de vivencias. Mi habitación de niña tenía un balcón que no se cerraba del todo por las noches, y por la mañana aparecían las gaviotas y armaban un jaleo tremendamente estrepitoso que a mí me encantaba. A partir de esos momentos siempre he querido describir el cielo que yo veía en aquellos días…

«DUROS A PESETA», MARIBEL ANDRADE

Cuando abrí mis manos, sus pupilas se ensancharon y un brillo de ganadora apareció en ellas. Aquella cara había pasado de la desconfianza a la codicia. Efectivamente, aquellas diminutas manos estaban a reventar de monedas y su dueña, yo, de la mano y de las monedas, a mis seis años, estaba a punto de dar el primer golpe de mi vida.

Era un día de fiesta de los que la familia, dispersa por la geografía de la provincia, se juntaba para celebrarlo. A mí me encantaban aquellas fiestas porque eran días de libertad, sin la zapatilla que te calentara el trasero, sin que te cayera ningún cachete o, como decía mi padre, el día podía pasar sin que te calentaran el jato. En fin, en días como aquellos, una —más bien trasto— estaba a salvo entre la maraña de tíos, tías, primos, primas, allegados y vecinos, y podía dedicarme a lo que más me gustaba: jugar. Bueno, días como aquel, además, tenían un atractivo añadido muy especial, la recaudación, la colecta; en fin, no sabría como llamarlo. A mi corta edad, yo ya me había percatado de que, en aquellas celebraciones familiares, siempre caía alguna moneda para golosinas y para la hucha. Para que la recaudación fuera provechosa, lo mejor era acercarse a los tíos cuando estaban juntos, animados conversando, y saludar, darles un besos, decir alguna gracia, y entonces, infaliblemente, te caía alguna moneda de unos y de otros.  Lo mismo sucedía con las tías. La verdad es que la familia era muy, pero que muy modesta, pero aun así, al final del día podías haber recaudado suficiente para poder comprar alguna golosina. Efectivamente, aquella noche, cuando me fui a la cama, conté veinte monedas. Era la niña de seis años más feliz del mundo, sólo me faltaba contárselo a mi prima preferida, sólo unos meses mayor, y saber cuánto había sacado ella. Las conté una y otra vez hasta que me quedé dormida ¡20 monedas! ¡Dos pesetas!

Por fin, llegó la mañana. Emocionada entré en la cocina, y allí estaba mi prima, tan tranquila. Yo, excitada, le dije al oído que había conseguido mucho dinero. Entonces, ella se llevó la mano al bolsillo y me enseñó ¡dos duros! ¡diez pesetas! ¡Jamás conseguiría yo aquella fortuna! ¡Ah! Pero mis dos pesetas estaban en perras gordas y chicas, lo que suponía muchas monedas, y a simple vista aquello podía parecer mucho más que dos moneda a los ojos de mi incauta prima. Cuando estuve a solas con ella le empecé a decir que yo tenía mucho más dinero que ella, que nunca podían ser más dos monedas que veinte, pero que, si ella quería, yo se las cambiaba. Al principio, dijo que no, pero como yo le insistiera en el número vein-te, mucho mayor ¡claro! que dos, empezó a dudar. Pero necesitaba una prueba más convincente. De pronto, se me ocurrió, que si le enseñaba mi montón de monedas, la convencería del todo. Corrí a buscarlas, y, efectivamente, le compré duros a pesetas.

Mi madre solía aparecer como el viento, cuando una menos se la esperaba. Cuando aquel día apareció, no supe por dónde, pero me dejó meridiano que brillante; yo podría ser brillante que aquella carrera no sería la mía y que aquel sería mi último timo. Además, me calentó bien el jato.


Maribel Andrade Rodríguez.

Rabat, 09 de noviembre de 2021

Tarea de escritura basada en el cuento en "Mi hermano mayor" de Mª Luisa Puga.

jueves, 2 de diciembre de 2021

«MARÍA», ELISA CHOZAS

Los viejos del lugar no recordaban un invierno tan duro mientras ella había vivido en el pueblo. La lluvia, el viento y la nieve se habían sucedido sin descanso a partir de aquel otoño. Las casas empezaban a reflejar las inclemencias del tiempo: paredes desconchadas, tejas rotas y, lo que era peor, el frío empapaba las paredes de las casas, se filtraba por los recovecos y se instalaba en los cuerpos y en las almas de los cincuenta vecinos de aquél pueblo. Bueno, de los cuarenta y nueve desde que no estaba María.

Mientras ella estuvo allí, en aquel lugar no se había dejado sentir el invierno, porque desprendía un calor que admiraba a propios y extraños, y todos en el pueblo daban por sentado que a ella se le debía que aquel lugar fuera el más cálido de la comarca. Y es que tenía la sangre tan caliente, que en su casa no se tenía que encender nunca la chimenea. A veces, ella hasta se avergonzaba, y porque no pensaran nada raro los vecinos, aunque todo el mundo lo sabía, cuando alguno se dejaba caer por su casa, encendía la estufa, para que no pensaran que todo ese calor era solamente suyo. Y todos salían de allí con una sonrisa en el alma sabiendo que aquel calor confortable venía del fuego de su sangre y de su corazón, y le daba una fuerza que no la dejaba estar quieta.

María se levantaba al amanecer y empezaba una larga jornada de actividades, soltaba a las gallinas, recogía los huevos, y se daba una vuelta por el huerto. Después de sentir el aire del amanecer, volvía a su casa, preparaba café bienoliente para toda la familia y se iba corriendo al desván para mirar muchos libros que tenía con historias de pájaros. Ella siempre había querido volar; por eso, cuando miraba las imágenes de aquellos pájaros, se tumbaba panza arriba en aquella colchoneta y, como si de un acto reflejo se tratase, levantaba las piernas agitándolas sin parar, aunque no mucho tiempo porque sus botas le pesaban demasiado.

Nadie en la casa le hacía mucho caso. Todos allí se habían acostumbrado a su presencia, pero nunca hablaban de ello, porque en un pueblo tan pequeño y con una vida tan monótona, no se habla mucho. Por eso, ella no le contó a nadie que había conocido a un hombre que era volador profesional y que, además de poder volar, tenía unos ojos chispeantes increíbles.

Lo había conocido por casualidad una mañana que iba a comprobar cómo estaban de granadas las moras del zarzal de la esquina que da a la carretera. Se metió dentro de la zarza, pero luego, aprisionada por tantas espinas, se vio incapaz de salir, hasta que de pronto alguien empezó a apartar con un palo las ramas del zarzal. Era un hombre que, desde luego, no era de allí. Mientras le ayudaba a salir, le dijo que trabajaba en la base aérea que había cerca del pueblo y que su autocar había tenido una pequeña avería. El hombre la miraba entre sonriente y divertido mientras le ayudaba a desprenderse de las espinas que tenía adheridas por todas partes. Sucedió que, mientras ocurría todo esto, empezó a hacer allí tanto calor que ambos empezaron a sofocarse. Ya estaba pensando María en salir corriendo, cuando él empezó a hablarle. Y a ella se le aflojaron la timidez y las ganas de correr, y hasta la vergüenza, y pudo empezar a mirarlo con relativa tranquilidad. Era un hombre fuerte, de sonrisa amplia y ojos chispeantes, con una voz tan cálida que la dejó como pegada con cemento al suelo. De su cuerpo se desprendía una especie de aire perfumado que a ella se le subía de la nariz a la cabeza y la atontaba un poco.

Pasaron juntos casi toda la tarde hablando, él sobre todo. Ella escuchaba muy atenta, hasta el momento en que él le dijo que volaba... Abrió tanto los ojos que parecía que se le iban a salir de las órbitas. Él no pareció darle importancia a su asombro, y le contó que siempre le había gustado volar por esa sensación de libertad que sentía cuando se despegaba de la tierra y todo se iba haciendo pequeño y lejano.

Cuando se dijeron adiós, él, como notando la tristeza que se asomaba a los ojos de María, le prometió volver; al fin y al cabo, la base quedaba cerca y, según decía, le había gustado mucho estar allí con ella... ¡Quién sabe! Incluso podría ir a buscarla para que fuera con él a la base y subiera en uno de los aviones que él pilotaba. Ella oía su voz como el que oye una turbadora melodía. Lo vio alejarse en aquel enorme autobús, y no salió corriendo tras él porque sus botas le pesaban demasiado.

A partir de aquel día María no volvió al desván, prefería ocupar su tiempo libre paseando por la carretera, justo por el tramo que llegaba hasta la zarzamora. Allí se sentaba y se quedaba perdida en la contemplación del horizonte hasta bien entrada la tarde, y entonces volvía con paso lento hacia su casa, para hacer esa cena que era como el eterno retorno de la monotonía. Una de esas tardes volvió a su casa un poco más sombría que de costumbre. Cerca de la carretera circulaba un autobús como el del aviador, pero el autobús pasó de largo. Volvió a su casa muy despacio. Cada vez le pesaban más esas malditas botas. No quiso cenar y se subió al desván. Hacía demasiado tiempo que no iba por allí.

Se tumbó en la colchoneta con los pies muy quietos. se quitó las botas y cerró los ojos. Todavía resonaban los matices de aquella voz en sus oídos, la voz del hombre de los ojos chispeantes, del hombre que sabía volar. Ella no había conocido nunca ningún hombre así. Empezaron a caer lágrimas de sus ojos cerrados por la nostalgia, y el calor de su cuerpo empezó a decrecer de forma alarmante.

Como esto sucedía tras la cena, nadie la echó en falta. A la mañana siguiente, en la cocina reinaba el desorden más completo y no estaba el desayuno preparado. La familia de María se encontró de pronto, agolpada y perpleja en la cocina. Era la primer vez que pasaba esto en todos los años en que ellos existían como familia. Salieron en tropel de la cocina sin que mediara una palabra entre ellos. Todos buscaban algún rincón en el que hubiera aire caliente que permitiera detectarla, pero no lograban encontrarlo. Y de repente, alguien se acordó del desván. Subieron despavoridos por la escalera empujándose unos a otros y al fin la encontraron. Estaba tendida en el suelo como dormida, muy lejos de sus botas, y al lado de las imágenes de todos sus pájaros que yacían a su lado por el suelo. Tenía los brazos extendidos hacia arriba como queriendo volar y de su cuerpo salía un aire helado que los dejó ateridos.

Aquel día fue recordado no sólo en el pueblo sino en todos los lugares de los alrededores. Y no sólo porque se fue María, sino porque cayó una helada de tres metros de espesor y porque, a partir de entonces, hizo tanto frío durante todo el año, que ni tan siquiera en primavera nacieron flores en los campos. Sin embargo, en el lugar en el que se esparcieron las cenizas de María, nació un rosal silvestre que estuvo florecido todo el año. Su aroma flotaba por todo el pueblo y era tan intenso que llegaba hasta la zarzamora que estaba justo en la esquina de la carretera.

Elisa Chozas.

Tarea de escritura basada en el cuento en "Mi hermano mayor" de Mª Luisa Puga.

Rabat, 31 de octubre 2021.

 

«A MIS GAFAS LES GUSTA DESAPARECER», AMAL KHIZIOUA

Ahora lo veo claramente, aunque en realidad me lo han hecho siempre desde el momento en que las compré las compré. Esconderse o desaparecer de mi vista fue siempre el juego favorito de mis gafas. Bastaba con quitármelas un segundo para que ellas aprovecharan y desaparecieran súbitamente como si siempre me estuvieran vigilando, como si siempre se encontraran a la espera del más mínimo momento de distracción para cometer su delito.

Lo que pasa es que últimamente suelen hacerlo cuando más las necesito, cuando debo salir a toda prisa o necesito ver algo de lejos o cualquier otra cosa urgente. Y lo cierto es que, cuando por fin logro ponerles la mano encima, me veo forzada a admirar su ingenio para ocultarse de la manera más inesperada o insospechada en los lugares más inverosímiles: en la cocina, charlando con las tazas de café y simulando ser unas de ellas; en el cuarto de baño, deslizándose hábilmente dentro de un montón de toallas; sobre el mueble de la entrada, fingiendo esperarme para salir y con la mirada perdida en la puerta del piso; colgadas de mi cuello, haciéndose pasar por un inocente collar; sobre la cama, aprovechando su color rojo para confundirse de forma insidiosa con las rayas de una sábana; sobre la mesa del comedor, jugando sin vergüenza a imitar los dibujos de frutas del mantel.

Aunque lo peor es cuando se colocan sobre el sofá del salón y se pierden en los motivos florales de su tela… Son tan atrevidas que no se dan cuenta de que arriesgan su vida cuando dan un paseo por las sendas del sofá. ¿Cómo pueden no saber que ese es el lugar el más peligroso para ellas? ¿Pero no ven que me siento allí siempre sin mirar? ¡Y que incluso, a veces, hasta me dejo caer con todo mi peso cuando estoy muy cansada! ¡Así que, si alguna vez llegaran a ser víctima de un accidente, lo tendrían bien merecido!

Parece que disfrutan muchísimo al verme buscarlas por todos los rincones de la casa, mientras yo voy yendo y viniendo, desesperada e impotente con mi visión neblina de miope. En esos momentos, puedo sentir en mi espalda su mirada descaradamente satisfecha y llena de sorna observando mi inútil agitación e inquietud.

Es muy raro. Estas gafas, que siempre me han ayudado a ver mejor, están intentando expresar algo. ¿Será posible que unas gafas puedan tener sentimientos y que me hagan sufrir así por celos o rencor? ¿Es posible que …?  ¿Que no soporten lo que mi oftalmóloga llama "la revancha de los miopes"? Sí, me refiero al curioso hecho de que la gente con buena vista, al llegar a una cierta edad, necesite llevar gafas para poder ver de cerca, mientras que a los miopes les da por ver perfectamente sin gafas.

¿O puede ser que no soporten que me las quite para leer de cerca o para usar mi teléfono? ¿O que, ante todo, no soporten que yo no me muestre enteramente sumisa ante su poder?

¡A lo mejor su descontento no se dirige solamente contra mí! ¡Quizás se trate de una conspiración internacional de gafas unidas! ¿Habrá otras personas en el mundo que hayan vivido peripecias similares a las mías?

Pero, a pesar de todo esto, hay ocasiones en que, sintiéndome más tranquila, pienso que tal vez mis gafas no tengan realmente malas intenciones. Si analizo con calma las condiciones de sus repentinas desapariciones, me doy cuenta de que eso ocurre únicamente cuando me dejo desbordar por las circunstancias, cuando las ideas se agitan en mi mente e intento hacer muchas cosas al mismo tiempo.

Por eso, quisiera pensar que es posible que mis gafas tan sólo se escondan para llamar mi atención sobre lo esencial, para recordarme que debo respirar, calmar mi mente, hacer una sola cosa a la vez y centrarme más en las cosas.

Si esa es la verdadera razón, queridas gafas mías, os pido perdón por todas mis sospechas y os doy las gracias por intentar guiarme hacia la serenidad.

Amal Khizioua.

Rabat, noviembre 2021.

Tarea de escritura basada en el cuento "En mi casa, los objetos se suicidan" de MARÍA LUISA PUGA. 

viernes, 26 de noviembre de 2021

«TIEMPO DE AZLA», ASSIA EL OUALIDI

El hombre que lleva una enorme maleta, tan grande como un ataúd, aparece en el pueblo de Azla un domingo de septiembre que no es más que cualquier domingo en el que los vivos salen de sus casas de adobe y piedra, sobre todo esos hombres que caminan tomados de la mano como señal de amistad. Las mujeres llevan sobre su espalda ramas de árboles porque las estufas de leña son la única fuente de calor.

El chaikh del pueblo presenta al hombre como el nuevo maestro de la escuela. Su nombre, Kamal, es hermoso. Tiene una mirada seductora, como teñida de las olas del mar y que va a juego con su camisa, el pelo oscuro y ensortijado, que combina con su piel mulata, y unos dientes blancos como bloques de hielo. Posee una belleza realmente exótica. Un profundo silencio aparece especialmente entre los hombres que conservan un vasto poder sobre sus mujeres y sus hijos, y que por ello prefieren no enviar a sus hijas a la escuela. Tiempo después, cuando ya está totalmente instalado entre unos arbustos que carecen de toda condición mínima de vida, el maestro no sólo se limita a enseñar, sino que también educa a las niñas sobre su importancia en la sociedad. Los padres lo consideran como una incitación directa contra las costumbres del pueblo y, a partir de entonces, cuando Kamal se acerca a una mujer o una niña, ve sus ojos aterrados y que nadie le habla. Más que eso, el profesor empieza a sufrir acoso por parte de los hombres.

Lo doloroso llega un día cuando la noche es solo una mancha negra y fría, y el pueblo nada en un profundo silencio, y viene con unos muchachos instigados por sus padres a prender fuego en la casa del maestro.

Nunca olvidaré esa mañana en la que arrestaron a mi hermano con las manos temblorosas y los ojos secos de rabia, ni la salida de nuestro maestro del pueblo dentro de un ataúd. La vergüenza nos acompañará a lo largo de la vida y vivirá en nuestra memoria para siempre.

Assia El Oualidi

Rabat, abril-noviembre de 2021

Tarea de escritura basada en motivos de «Historia de una maestra» de Josefina Aldecoa y en la estructura de «Un lugar llamado Antaño» de Olga Tokarczuk.

«LUNA BLANCA», BAHIA OMARI

Yo amaba a los gatos. Cada día me despertaba bajo el maullido de una gata con pelaje blanco. La había llamado Luna Blanca. Yo era hija única en mi familia. Tenía como únicas diversiones mis cursos, mis primos, y por supuesto a Luna Blanca. Luna Blanca era mi secreto, solo mi abuela lo sabía. Y es que vivíamos con ella, nuestra excelente cocinera, mi tierna, afectuosa, cariñosa y comprensiva abuela.

Allí el invierno era muy duro, hacía mucho frío, había lluvias durante tres o cuatro meses. Y yo pensaba en cómo ayudar a mi gata durante esos periodos. Con la ayuda discreta de mi abuela, yo había construido un refugio en el sótano, un sitio donde mi abuela tenía hornos y hornos para preparar la comida cuando  organizábamos fiestas. Había sido idea de mi abuela, ya que ella conocía perfectamente la inevitable reacción de mis padres. La cocina que utilizábamos estaba en la primera planta. Allí no teníamos que dar explicaciones al resto de la familia. El refugio consistía en una cesta de mimbre. Mi abuela la tapizó con una tela de lana de color verde. Me decía que el color verde calma el alma. Mi alma y también la de Luna. Allí Luna Blanca no tenía frío.

Mi habitación estaba en la planta baja y mi ventana daba al jardín, de manera que, cada mañana, Luna me dirigía sus maullidos desde detrás de los cristales hasta que yo abría los ojos y lograba despertarme. De este modo, yo me desvelaba sin reloj alguno. Luego, abría la ventana sin ruido y cedía el paso a mi alma, mi compañera. Aquel era un acto que se repetía cada día. Pasábamos juntas momentos muy agradables, conversábamos, jugábamos, reíamos, hasta que mi madre me llamaba para tomar el desayuno e ir a la escuela.

Antes de salir, yo le llevaba queso, pan, todo lo que podía coger del desayuno en secreto. Todo para Luna Blanca, que me acompañaba hasta el portal de la escuela. Yo entonces la acariciaba y luego entraba. A la salida, Luna me esperaba y me acompañaba hasta casa. Ese ritual duró mucho tiempo, hasta que...

Un día, a la salida de la escuela, no vi a mi alma, mi compañera. Me preocupé mucho, corrí hasta casa, pregunté a mi abuela. Nadie me dio respuesta alguna. Corrí otra vez afuera, busqué en diferentes sitios, nada. Regresé a casa, muy triste. Mi abuela le preguntó al portero si la había visto y este dijo que mi Luna había tenido un accidente, y que él había recogido su cuerpo y lo había dejado en el jardín. El me preguntó si yo quería verla antes de que la enterrara. No, no podía, no. Mi abuela añadió que aquello podía ser muy difícil para una niña de mi edad. Sería un sufrimiento intenso.

Yo no podía explicarme aquel desastre, no quería saber lo que harían con su cuerpo. Todo cuanto yo sabía era que sentía un gran dolor en mi alma y un vacío tan grande que no podía definir y que permanecería en mí para siempre.

La compañía de mi gata me permitía hacer cosas que deberían haber posibilitado las personas mayores. Ella me reconfortaba del vacío que yo sentía por no tener hermanos. Con Luna yo no estaba sola, pero ya entonces ...

Sigo amando a los gatos hasta hoy día, y he adoptado una gata rubia que me acompaña ahora que mis hijos ya se han ido de casa.

Se llama Pitsou, la amo, la adoro.

Bahia Omari

Tarea de escritura basada en el cuento "Mi hermano mayor" de Maria Luisa Puga

Rabat, 31 de octubre 2021

martes, 23 de noviembre de 2021

«SIRIMIRI», Mª ÁNGELES GARCÍA COLLADO

 


Adoro el mal tiempo. La lluvia fina y constante llegaba a finales de agosto y se iba en junio, aunque a veces la traían las galernas de julio. Así pasábamos el año, apenas con dos semanas sin su presencia. Siempre nos esperaba fuera de casa y estaba en los cristales de nuestras ventanas, para que no la olvidásemos. Por ello nos propusimos quererla y convivir en armonía con sus exigencias, como la ropa, ya que nuestro vestuario se limitaba a chubasqueros y katiuskas. Los domingos salíamos con las bicis y los impermeables, atravesando las cortinas de agua a la carrera sin importarnos ni los charcos ni las salpicaduras de los coches. Éramos felices porque la vida era jugar sintiendo el frescor de las gotas en nuestros rostros, el buen clima no entraba en nuestros esquemas. Incluso bajo el chaparrón nos llevabas a caminar hasta la punta del faro del Abra. Los familiares de otras ciudades nunca nos visitaban, preferían quedarse refugiados en sus soleadas tardes y cielos rasos. Desde entonces me inquieta el brillo del sol, como si fuera el preludio de algo que sucederá y que escapa a mi comprensión, una sensación exigente de aprovechar la vida rápidamente, con quien sea, de manera efímera. Como aquella mañana en que recibí aquel rotundo mensaje de mis hermanos sobre ti, hacía tanto calor que la reverberación del suelo me traía los charcos de mi infancia. Sé que yo también me reuniré contigo un día de verano.

Mª Ángeles García Collado.

Tetuán, noviembre de 2021.

Tarea de escritura basada en el cuento en "Mi hermano mayor" de Mª Luisa Puga.


miércoles, 23 de junio de 2021

«EL GRITO SILENCIOSO», FÁTIMA EZZEHAR

                                 

Llaman a la puerta, 

alguien espera mi respuesta.

En el replano, un hombre me asombra,

de aspecto alto vestido con largo abrigo,

con sombrero de copa y gafas negras,

en su mano una rama de flores amarillas.

Por una mirada inquisidora, le dije:

-Dígame usted, ¿qué desearía?

Me contempla, sonríe tímidamente,

balbuciendo excusas, responde:

-Busco a una mujer, el sueño de mi vida,

su rostro, usualmente ronda mi alma.

Contesto yo:

-Lo siento señor, se ha equivocado de dirección.

 Pero ¿quién es usted? Dígame, si no es molestia.

-Ya estoy dentro de tu mirada,

 por tus ojos brillantes obtendrás la respuesta,

querida, no me dejes en la puerta.

- ¡Oh! Está demasiado seguro de sí mismo,

aunque esté disfrazado.

Con tono más cierto, se quita sus gafas diciendo:

- ¡Amor mío! Soy el maestro de la guitarra,

¿Has olvidado mi canción, mi palabra?

¿Y el río donde dejamos deseos y obra?

- Mientras lo miro Yo callo sorprendida,

La realidad está aquí, revelada.

¡Dios mío!  ¿Cómo osas?

Tú, que fuiste mi amor;

infiel amor, fuente de dolor,

qué desencanto tu reaparición,

 muy grande fue tu traición,

muy fuerte fue la decepción;

ahora estás aquí, ante mí inclinado.

-Amor mío, por mi error ando vencido,

déjame, presentarte mis disculpas,

la añoranza me quema las venas,

 el eco de tu voz me viene de lejos,

es un verdadero amor sin fronteras;

ante tus miradas, estremezco

por alegría, por arrepentimiento;

querida, ahora no es como antes,

quiero abrazarte en silencio

atendiendo a latidos de tu corazón.

-Tú, que fuiste mi amor:

Ahora no es como antes,

ahora es demasiado tarde,

el tiempo pasó como un torrente,

sin piedad, causando un terrible daño;

maldito tiempo, maldito recuerdo.

Sí, recuerdo aquel día:

Te había puesto una mesa prestigiosa,

y reservado un ambiente majestuoso,

todos los honores te les habían realizado

con atención, amor y sumo cuidado.

Maldito día de la mujer, maldita mentira;

te esperaba, con gran amor te esperaba

Y fue larguísima la esperanza.

El temor me torció el corazón. Salí.

De repente en la orilla del río te vi,

amor de mi vida, hombre de guitarra, ahí,

en el barco calurosamente abrazando a otra:

Otra mujer, otra canción, otra palabra…

El frío de la nieve me quema la espalda,

La monstruosidad del engaño me arroja

como hoja de otoño marchita. 

Regreso huyendo, tropezando con mis pasos,

el corazón desollado, los ojos lacrimosos.

Ante la mesa decorada, pierdo la razón;

de mi fondo ensangrentado brota,

por orgullo, un grito silencioso;

temblada, echo el mantel al suelo;

me desplomo, hundida en el llanto.

Todo se derrumbó. Todo se acabó.

El desastre tranquiliza mi alma.

Hace tiempos, días, noches y meses…

Sí, me acuerdo;

Ahora, pero ahora no es como antes.

No me importa tu provincia ni tu destino,

ni tu declaración acerca de otros tiempos.

El grito silencioso me resucita,

tu abandono me ofreció renacimiento,

más sensatez, más experimento.

“Tu amor”, entre paréntesis, se esfumó.

Todo se convirtió en poema maldito.

Levántate, no te arrodilles,

no me gustan los hombres débiles.

Más allá, sobre las nubes oscuras,

la serenidad del cielo inspira…

 

Fátima Ezzehar

Rabat, 8 de marzo de 2019.


«VEINTE AÑOS, HIJO», BAHIA OMARI

    Lloro sin cortar cebollas, pero oigo la fluidez de las lágrimas, lágrimas por el dolor que alcanza siempre mi corazón, mi alma; un...

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Cantando los versos de José Martí.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Iman y Anastasio recitando a Mario Benedetti. Mohammed a la guitarra.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Manal, Ahlam y Assia recitando a Oliverio Girondo.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Rkia recitando a Delmira Agustini

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Bahia recitando a Alfonsina Storni.

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017

RECITAL 9 DE JUNIO DE 2017
Laura & Mohamed y Mohamed & Laura cantando a Alfonsina Storni.

Ensayando para el Día E junio 2015

Ensayando para el Día E junio 2015
Grupo del Taller de Lectura y escritura 2015

Recital 18 de junio de 2016

Recital 18 de junio de 2016
21.00 Instituto Cervantes de Rabat

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Bahia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015, 19.00 -INSTITUTO CERVANTES DE RABAT -

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Iman.PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Viernes, 24 de abril de 2015

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Fatima. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Rabat, 24 de abril de 2015.

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA
Recital del 24 de abril de 2015

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014

RECITAL 11 DE JUNIO DE 2014
Recital "A orillas del Bu Regreg 2014"