Hubo momentos durante tu embarazo en los que pensaste en abortar, rechazando toda idea de maternidad y queriendo olvidar aquella fiesta de estudiantes que había acabado pasadas las tres de la madrugada. Seguiste yendo a la universidad con mucho ánimo, afrontando las miradas fijas sobre tu vientre. Tuviste que aguantar muchos problemas de salud durante el embarazo. Tenías ya un nombre minuciosamente elegido para tu niño que empezó a moverse y a darte golpetitos por dentro. Supiste que jamás lo abandonarías y que nunca permitirías que tú misma o cualquier otra persona le hiciera daño.
Llegaste a vivir lo lindo que es el momento de dar vida. Viste por primera vez al ser pequeño y frágil que llevaste durante meses dentro de tu cuerpo: ¡Tu niño! Entonces tu corazón se llenó de tanta ternura que no hubo en él suficiente espacio para contenerla. Olvidaste el dolor y viviste solamente el instante presente pensando con mucho cariño y los ojos húmedos: “¡Mi niño, carne de mi carne!”.
Antes de dar a luz -hacia la mitad de tu embarazo- la realidad se impuso sobre ti y tuviste que encontrar un trabajo fijo: el de cuidar a un recién nacido en una familia rica. El mismo de quien sigues ocupándote hasta hoy. En cuanto a tus estudios -la principal razón por la que emigraste a esta gran ciudad extranjera-, preferiste no pensar en ellos, por el momento.
Por ese sentimiento de amor y de responsabilidad hacia tu niño, decidiste permanecer lo máximo posible a su lado, para verlo crecer minuto a minuto. Por eso, cronometraste hasta el tiempo que tardarías en llegar hasta tu trabajo, aunque cada día, muy temprano, éste apenas te alcanza realmente para prepararlo y salir de prisa a la calle, todavía desierta y con las luces encendidas, mientras lo estrechas contra tu pecho y lo llevas a la guardería. Luego le cantas una canción para que siga durmiendo. Y con el corazón roto y sintiéndote culpable, sales corriendo para tomar diversos medios de transporte en donde te cruzarás con caras y siluetas que casi no percibes. Y, como de costumbre, empiezas tu trabajo cuidando al otro niño que calmas con la misma canción que poco tiempo antes le cantaste a tu hijo. Y lo haces soportando la superposición de las dos caras y sin parar de darle vueltas a lo que te espera hasta llegar a la guardaría, al cabo del día, para poder abrazar de nuevo a tu niñito querido.
Rabat, 16 de noviembre de 2009
(Ejercicio basado en Lejos del 16º, una de las historias de la película París, je t´aime)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No olvides que nos importa tu opinión... Comenta nuestros textos, cuentos y poemas... Gracias.