Me acuerdo de un patio luminoso, con flores, hierbas y limones. Me acuerdo de su fuente y de aquella agua que nos prohibían beber, pero que a mí me sabía a azúcar. Me acuerdo del día en que me dijeron que aquella casa no pertenecía a mi abuela y que teníamos que mudarnos. Las lágrimas se agolparon en mis ojos. Y lloré.
Me acuerdo de la primera vez en la que tuve que desnudarme delante un médico. Mi corazón latía a toda velocidad y parecía que la vergüenza iba a matar a la muchacha de quince años que yo era. Pero cuando me tocó, una oleada de placer sorprendió a mi cuerpo y tiñó mis mejillas de rosa.
Me acuerdo de la vez en que mi pelo se llenó de piojos. En aquel tiempo no sabía que, sin duda alguna, me los habían pegado en la escuela. Me acuerdo de que, durante aquel periodo, la vergüenza y la culpabilidad me ahogaban. Para no pegárselos a nadie, debía quedarme lejos de los demás. Incluso de mi madre, y esto era realmente insoportable.
Me acuerdo de todas las personas que me fascinaron. Me acuerdo de sus nombres, sus caras, sus miradas o sus sonrisas… Incluso, ahora, cuando años después pienso en ellas, mi corazón late dos veces más rápido de lo normal.
Me acuerdo del día en el que mis padres me regalaron un verdadero Piano. En realidad, me habían regalado la luna. Me acuerdo de que durante bastante tiempo, cada día antes de dormir iba a mirarlo, acariciaba su madera y le decía cosas. Hasta incluso lo besaba. Aquellos besos tenían el sabor de un sueño realizado.
Me acuerdo de la voz tierna y profunda de mi abuela contándome con gran arte historias fantásticas. Me acuerdo de que tenía tanto miedo de perderla que siempre quería poder darle algo de mi juventud, de mi fuerza y de mi salud. Tiempo antes de irse me hizo prometer que nunca la olvidaría y que cada viernes leería el Corán para que su alma descansara en paz. Me acuerdo de que aquel día lloré mucho. Por amor, por tristeza, por rabia e impotencia.
Me acuerdo de cuando mi mejor amiga escribió sus primeras frases en español. Sentí el orgullo de una madre que ve a su niño dar sus primeros pasos. Me acuerdo de la alegría que me invadió. Aquel día supe que ya no andaría sola por el camino de mi pasión.
Me acuerdo de la mirada azul y tierna del hombre turco del gran Bazar que me vendió un mantel a mitad de precio para que me tomara un café con el. Me acuerdo de que era muy guapo y que luego sentí mucho no haber optado por la locura de aceptar.
Me acuerdo del dolor que sentí cuando mi mejor amigo me relató sus amoríos y me pidió mi opinión. Y yo me vi dándole consejos al hombre que amaba para que éste pudiera conquistar a otras. Me acuerdo que esta situación duró bastante tiempo y de que yo siempre le respondí honestamente.
Me acuerdo de que el once de septiembre de dos mil uno. Yo tenía un curso particular de matemáticas en casa. Acabamos de instalarnos alrededor de la mesa de trabajo cuando anunciaron la caída de las torres gemelas del World Trade Center. Mi padre y el profesor hablaron de política durante las dos horas siguientes. Yo me quedé contenta por haber escapado de aquella clase. Pero me acuerdo de que aquel día también me pregunté a mí misma qué era lo que odiaba más: las matemáticas o la política.
Me acuerdo de cuando me enteré de que en ciertos países circuncidaban a las mujeres. El asunto me obsesionó días y días. Me acuerdo de que una vez hasta sentí un dolor tan atroz como el que imaginaba que ellas sentían. Me acuerdo de que aquel día odié a todos los hombres de la tierra.
Me acuerdo de un día. Mi hermano había dejado la puerta entreabierta y entraba una brisa ligera y agradable. Yo estaba adormecida. Un niño se me acercó y me susurró algo en un idioma que yo no comprendía. Me besó la mano y se fue. Me acuerdo de que intenté levantarme y seguirlo, pero algo me paralizaba los miembros y no me moví. También me acuerdo de que mi hermano nunca me creyó. Pero yo no he olvidado la cara ni la voz de aquel niño que ya nunca jamás volvió a visitarme.
Me acuerdo de la primera vez en que logré leer una frase completa sin la ayuda de mi padre. Aquel día sentí que yo ya podía influir sobre mi destino.
Me acuerdo de cuando mi mejor amiga se casó. Me acuerdo de haber sentido que su marido me la había robado. Y de que, con ella, se había llevado mi corazón.
Me acuerdo del día en el que corrí por las calles con un conejo en una jaula. En el último minuto no había podido dárselo al profesor para disecarlo y estudiarlo. Renuncié a que me subieran tres puntos en Ciencias, pero vi en los ojos del conejo blanco una mirada de reconocimiento.
Me acuerdo de una pista blanca, de la voz de Mariah Carey cantando ‘Through the rain’, de un hombre tomándome la mano y haciéndome volar. Me acuerdo de que mi cuerpo se había vuelto tan ligero que se movía sin que yo hiciera esfuerzo y de que, a pesar de no dominar el arte del patinaje, me había dejado llevar olvidándome del miedo a caer. Quería que la canción durase eternamente y que el desconocido no me soltase la mano.
Me acuerdo de la primera carta de amor que recibí. Estaba escrita en un árabe muy poético. Me acuerdo de que el chico que me la envió solo había visto mi foto. En la carta me decía que él sabía de mis sentimientos hacia él y que yo sólo debía dejarme llevar. Decía que debíamos afrontar el mundo con nuestro amor. Yo no sentía ningún interés por él, pero sus cartas me encantaban. Me enamoré de su pluma.
Me acuerdo de los tres días que pasé en la ciudad de las luces. La ciudad de mi alma. Me acuerdo de que abracé París apasionadamente desde lo alto del Sagrado Corazón de Montmartre. Y de cómo ella me besó en la frente.
Me acuerdo de tantas otras cosas… Pero los recuerdos engañan. El tiempo los toca, los altera o los idealiza. Pero ¡qué importa! Quedan líneas y líneas en el libro de nuestras vidas…
Fatine Sebti, 15 de noviembre de 2009
¡Qué placer abrir el blog y encontrarme con tu sonrisa de niña!
ResponderEliminarTus recuerdos me encantan princesa Fatine.han permetido que te conozca más.Y ya te lo dijé en directo.y lo que voy a añadir es de seguir escribiendo cuentos.
Gracias
Fatine, como he comentado a otros compañeros, nuestros recuerdos han permitido conocernos mejor.
ResponderEliminarDescubro en ti a una joven audaz y libre. Me encantó lo que dijiste del día en que pudiste leer sola, qué sensación de libertad que da lo que dices.
Qué bonito que describes la emoción que sentiste cuando tu mejor amiga escribió frases en español.
En una palabra, todo tu texto es impecable.
Y me encanta que compartamos la pasión por París.
Y te agradezco el comentario sobre mi texto.
Seguiremos conociéndonos a través de este blog.