Me acuerdo de mi llegada a Rabat. La noche era muy oscura.
Me acuerdo de la mañana en Hungría en que conseguí el trabajo en Rabat.
Me acuerdo de la llamada telefónica por la que supe que había logrado mi primer trabajo profesional. Después de colgar, salté de alegría. Resulta que hay mejores lugares para eso que debajo del marco de una puerta.
Me acuerdo de mi primer vuelo. No me gustó la pasta integral la primera vez. La segunda me supo peor.
Me acuerdo de lo divertido que fue el viaje a Bali con el equipo de futbol.
Me acuerdo de mi llegada a Los Ángeles. Soldados cargados con ametralladoras se mezclaban con los recién llegados.
Me acuerdo de los meses en los Estados Unidos trabajando en una estación de esquí y viviendo en una habitación de hotel con otras nueve personas.
Me acuerdo de una noche invernal travesando el desierto de Nevada con cuatro amigos y cantando alegremente la infernal canción Sloop John B.
Me acuerdo de mi ingenuidad al llegar a México al creer que iba a poder hablar el idioma en tan sólo unos meses.
Me acuerdo de una puesta del sol en el Real Catorce, con sus dragones y colores cambiantes.
Me acuerdo de la bondad de mi profesor en México cuando acudí a la clase sintiéndome mal y con los ojos amarillos. Me llevó a su doctor. Al parecer, el mío se había equivocado en el diagnóstico.
Me acuerdo de la noche que mi padre me despertó para ver el cometa Halley. Me dijo que yo lo vería otra vez, pero que él no.
Me acuerdo del temor de mi padre el día en que me caí del guardabarros del tractor mientras él fumigaba los cultivos con insecticida. Paró el tractor justo antes de atropellarme. Me prohibió que volviera a ir con él mientas fumigaba.
Me acuerdo de mi abuelo Ken, apenas.
Me acuerdo de los desfiles de ancianos cada 25 de abril. Había algunos que, como mi tío abuelo Jack, ya no tenían brazos.
Me acuerdo de las Semanas Santas que pasábamos acampados en la orilla del río Murray con la familia y los amigos.
Me acuerdo de la noche en que me dijo mi padre que nos íbamos a mudar.
Me acuerdo de la primera noche en la nueva granja. El ruido del antiguo Molino se parecía al de un escuadrón de pterodáctilos.
Me acuerdo de aquella Nochevieja siete días después de habernos mudado. Mis padres se fueron de la fiesta sin mí.
Me acuerdo de la inyección que, entre coces, me dio mi padre en el hombro en vez de dársela al caballo.
Me acuerdo de las fotos que me tomaba cada año mi madre, junto a los lirios, el primer día del año escolar.
Me acuerdo de las mañanas en que caminábamos con mis hermanas hasta la parada del autobús escolar. Cruzábamos el campo con los pies metidos en bolsas de plástico para que no se mojaran.
Me acuerdo de las mañanas en la parada de bus jugando al tejo.
Me acuerdo de una excursión a Canberra. Yo tenía nueve años. Me enamoré locamente de una chica de la otra escuela, pero nunca tuve el coraje para hablarle.
Me acuerdo de la vergüenza que sentí un día cuando, en una clase de química en que no prestaba atención, se me salió un pedo ruidoso.
Me acuerdo del día que mis padres me dijeron que mi padre se iba a vivir a otro sitio.
Me acuerdo de los domingos de mi adolescencia. De aquellos días de cambio.
Me acuerdo de las calles de Melbourne, tan mías a las cuatro y media de la mañana.
Me acuerdo de la compra de los boletos para volver allí.
Me acuerdo de todos los yos que he sido y deseado ser.
Me acuerdo de quién seré.
Joe McCarroll, 2009
me da pena que no puedas estar en forma presencial en el taller para el próximo trimestre. Es muy probable que a mí me suceda lo mismo, pero seguirmeos unidos por este medio a este grupo que tanto nos da.
ResponderEliminarTus textos manifiestan una gran sensibilidad, y toda tu persona emana paz y dulzura. Deseo que en el "recuerdo de quién serás" continúes así.
Ha sido muy agradable conocerte.
El titulo me gusta mucho. Es muy significado y profundo.
ResponderEliminar