Me acuerdo de aquel momento increíble y de mí sudando, con el corazón latiendo al ritmo de las agujas de un reloj y con el estómago encogido. Llevaba esperando aquel momento desde hacía años… Al mismo tiempo, pensé ¡con tanto orgullo! en mis padres, en mi barrio y en mi Salé, tan querida para mí. Aquel momento inolvidable quedó fijado para siempre cuando levanté, frente a los oficiales, el trofeo del trono en la liga del balonmano.
Me acuerdo del momentito en que reparé en aquella chica. No la había visto nunca antes, su rostro era muy joven y yo no tenía más de 20 años, pues apenas había empezado mis estudios en el extranjero. Ella no se dio cuenta de nada, pero para mí, con mi corazón batiendo el record de pulsaciones, sufrí un flechazo, me olvidé de todos mis proyectos de futuro y… Me acuerdo de que fui al grano… Esa muchacha es hoy la madre de mi hija.
Me acuerdo del 7 de septiembre de 1970. Ese día fue como caer en la cuneta de mi vida. Hasta entonces ésta había transcurrido en mi ciudad, animada con deportes, amigos y un gran ambiente familiar. A pesar de mis estudios, yo vivía casi en unas eternas vacaciones sin necesidad de tenerlas realmente. Además, nuestra casa estaba frente al mar y yo, entre el buen tiempo y el sonido de las olas, me sentía siempre feliz. Pero ese fatal 7 de septiembre de 1970 fue un día oscuro: yo debía irme al extranjero para estudiar y debía dejarlo todo, sobre todo a mi novia. Al llegar a mi nuevo país, el abrazo recibido fue la imagen de mi depresión bajo un cielo gris. Luego, supe que allí llovía casi todo el año, que los rostros mostraban arrugas paralelas, que los colores eran colores apagados y que la luz eléctrica siempre estaba encendia, tanto de día como de noche.
Abderraouf Sbihi. Noviembre de 2009.
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