Nuestros antepasados fueron eternos enemigos por una tontería. Según se cuenta, al buscar la frescura y la tranquilidad, mis ascendentes atacaban a los tuyos. Los mataban y luego se los comían. Pero tú y yo no tenemos nada que ver con esa locura del pasado. Hagamos, pues, un pacto. Seamos amigos. ¡Ayúdame! Mírame y dime algo. ¿No ves que me estoy muriendo? ¿No ves que tu nuevo amigo está perdiendo poco a poco sus últimas fuerzas y, si no le ayudas, jamás disfrutaras de esa nueva amistad?
El murciélago permanece paralizado, sus ojos están abiertos, pero no se atreve ni siquiera a mover un solo párpado. Siente que su hora se aproxima a toda velocidad. Sabe que una pequeña inyección de veneno bastará para que esta serpiente lo mate y, se dice a sí mismo, que tras ese largo discurso y esa propuesta de amistad hay una mentira y una trampa. ¿Pero qué tipo de trampa? No puede contestar a su propia pregunta a pesar de su madurez y de su experiencia. Hace tan sólo un instante que ha dejado de seguir a su bandada de murciélagos y ahora debe pagar el precio de su pereza. Su instinto de conservación le dice que un enemigo sigue siendo un enemigo para siempre. Intenta moverse e irse lo más lejos posible de la serpiente que sigue hablando de su dolor y repitiendo que se está muriendo.
- Estas heridas me las han provocado los palos de unos humanos histéricos que gritaban, saltaban corriendo y que han persistido en seguirme, a mí, una pobre serpiente que iba tranquilamente hacia cualquier lugar en busca de frescor. Todos querían matarme. Logré, con grandes dificultades, llegar aquí a pesar de mis numerosas heridas para esconderme entre la oscuridad de este antiguo callejón cubierto. Por suerte, estas aquí amigo mío y puedo contar con tu ayuda. ¡Qué lastima que no te haya conocido en otras condiciones! Ahora, ambos estamos en peligro de muerte porque tratan de prender un gran fuego ya que saben que no soporto el humo. Por favor, dime que aceptas ayudarme. Necesito tu ayuda porque tú puedes huir volando. Además, conoces este callejón… Pero yo… Si no me ayudas, moriré...
El murciélago, que también teme el humo, empieza a tensar sus músculos queriendo alejarse del peligro. Echa una rápida mirada hacia el reptil para evaluar la distancia que los separa, pero eso le resulta suficiente a su eterno enemigo para establecer el contacto visual que tanto ha esperado.
Y, mientras las voces humanas se acercan, el reptil se aleja, dejando al mamífero momificado, cabeza abajo, colgado en el mismo lugar donde se inició el encuentro.
- ¡Lo siento mucho, amigo mío! Esta vez no necesitaba tu carne sino que me faltaba tu alma. De ahora en adelante, soy y seré serpiente fisiológicamente y murciélago de alma. A ver qué tal me va esta combinación en el futuro. Lo que está claro es que vivirás dentro de mí y a esto lo llamo yo el sumum de la amistad…
¿Ahora me crees? Somos ya inseparables, somos amigos para siempre...
Rkia Okmenni
18 de septiembre de 2009
(Ejercicio inspirado en el cuento “Axolotl” de Julio Cortázar)
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