Aisha estaba en casa, sola para hacer todas las
tareas, dentro y fuera, como siempre, como si nunca hubiera tenido un marido.
Estaba sola en aquel breve instante en que estábamos todos jugando fuera.
Aprovechaba el silencio y aquella soledad para pensar en su vida, en diferentes
acontecimientos, en el niño que crecía en su útero y que luego vendría más
temprano de lo previsto, en la manera de limpiar la ceniza que habíamos
esparcido por todas partes desde el kanoun, el lugar donde se
encontraba el hogar para cocinar. Nos encantaba sentarnos alrededor del fuego y
esperar —¡mientras se nos hacía la boca agua! — a que nuestra madre nos diera
un trozo de pan caliente untado de mantequilla fresca, ya preparada de buena
mañana y antes de que nos hubiéramos despertado.
La mantequilla se derretía siempre en contacto con el
pan caliente y eso era lo que más le gustaba al pequeño Moha, el mayor de los
hermanos y hermanas. Le encantaba mirarla y acariciarla glotonamente con su
lengua ávida.
Aquel día Aisha les había dado, como de costumbre, a
Moha y Fati, pan y una naranja a cada uno. Se fueron a jugar fuera con los
vecinos, pero ese año la sequía y la hambruna había cambiado a los niños en
temibles depredadores, al acecho de cualquier cosa que llevarse a la boca.
Aquellos niños, al ver a los hermanos con el desayuno entre las manos, se lo
robaron todo de inmediato y salieron corriendo hacia la otra orilla del río. La
víspera había llovido mucho y el crecimiento del río era impresionante, pero el
orgullo del pequeño Moha incitó a ambos hermanos a perseguir a los ladrones
para recuperar lo que hubiera sido, probablemente, su única comida del día.
Nada más poner los pies en la orilla, una ola se los llevó en su mismo impulso.
Aisha fue arrojada de las profundidades, donde andaba buceando
con sus pensamientos, por una voz alta y nerviosa que le decía que los niños se
habían caído al río. Aterrorizada y corriendo con todas sus fuerzas, salió de
casa en dirección al río, gritando y pidiendo ayuda.
‒ No me di cuenta de lo que
pasaba. ¡Todo fue tan rápido! ¡Estaba asustado! ¡El agua sucia que me
arrastraba no me dejaba ver nada! ¡No veía ya a mi hermana! Solo oía algunos
gritos, sus gritos ahogados, y los de la gente del pueblo, y poco después los
de mi madre. En un momento dado, quedé atrapado en unas zarzas que agarraron mi
ancha jilaba, y me encontré suspendido en el aire como una marioneta. Un
forzudo del pueblo me atrajo hacia sí en la orilla, mientras yo observaba cómo
mi madre seguía corriendo y gritando el nombre de mi hermana. Al final, al
llegar a los rápidos, encontramos su pequeño cuerpo sin vida, con la piel
todavía templada y la mirada fija.
Durante las semanas que siguieron a aquel suceso, Moha
se sintió culpable todo el tiempo sin saber muy bien por qué. Pero lo que sí sabía
era que habría preferido estar en el lugar de su hermana para no tener que ver
el vacío en los ojos de Aisha.
Un cuento triste, pero muy bien narrado. Con precisión y sensibilidad. Es increíble cómo encadenas la narración de los acontecimientos de Aisha con los de los niños.
ResponderEliminarFelicidades.
wow! un cuento trágico y muy bien contado, con una descripción detallada de la vida del campo, un campo donde reina la pobreza : el pan con mantequilla e naranja por el desayuno ...
ResponderEliminarBravo Maria Felicidades!
Enhorabuena
Muy triste, pero muy bonito. Cualquiera hubiera preferido lo que Moha, "estar en el lugar de su hermana para no tener que ver el vacío en los ojos de Aisha" y también para no sentir el vacío dentro de él.
ResponderEliminarFelicidades María.
Anastasio
¡Hola María!
ResponderEliminarA veces leemos o escuchamos noticias sobre las víctimas de las inundaciones o de alguna catástrofe, y las cifras priman porque comparamos el número de víctimas en otros lugares. Luego focalizamos nuestra atención sobre otras noticias, que en general, competen por su grado de negatividad.
Tu cuento, muy triste, recuerda que de muy cerca, el dolor tremendo y las secuelas (como para el niño Moha) jamás obedecen a las estadísticas.
¡Muy emocionante y muy bien narrado!
¡Felicidades amiga!
Un abrazo
Rkia