Hace ya un cuarto de hora que me dejo llevar. Siento la distancia alargarse y empiezo el juego de hombros de siempre para abrirme paso en medio de esta ola humana que se despliega en la calle peatonal. Varios comercios se arrancan entre sí a los clientes, visitantes o curiosos. Se emborrachan mis ojos de tantas caras, mi oído de tantas voces y de tanta música, mi olfato de tantos olores y aromas.
La acera invadida por estos mercaderes, con sus tiendas-escaparates improvisados de apenas poco más de un metro cuadrado de plástico, anudado por las cuatro puntas en caso de necesidad de huida repentina, le da un aspecto hipnotizador al conjunto, sobre todo cuando el sol despunta sus colores. Mis pies pisan apenas el suelo y mis hombros continúan abriéndose paso con excusas, perdones y sonrisas.
Al ver cómo se encendían las luces, me he dado cuenta de que tengo que encontrar una salida. Que la principal razón de mi presencia en este hormiguero podrá esperar hasta otro día y que apreciaré más la calma de mi cuarto después de esta dosis de muchedumbre…
Rkia Okmenni
27 de marzo de 2010
(Imitación de "Apunte callejero" de 20 poemas para ser leídos en un tranvía, de Oliverio Girondo)
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