Los había conocido pero los había perdido o, quizás, enterrado en lo más profundo de su memoria. Empezando por el olor del pecho materno que reconocía entre todos. ¡El instinto de conservación! Luego, siguieron olores y olores de modo desordenado y de manera fortuita. Se presentaban a su olfato y los olía: aroma a café, a pan casero, a platos cocinados, a frutos, a plantas diversas, a perfume: de flores, de personas, salvaje, suave, vulgar, sensual o fuerte, en cualquier sitio o en lugares especiales. Sin embargo, también había conocido otros olores que odiaba pero que se le habían impuesto de forma persistente: de la basura, de cadáveres de animales en estado de descomposición avanzada en el campo, olores nauseabundos de servicios públicos o, simplemente, esos tan inaguantables de un cuerpo sucio y sudado. Los hubo que hasta le hicieron vomitar.
Pero esta nube de perfumes, mezcla de ámbar y de raíces aromáticas, que usaban las mujeres en las regiones desérticas dada la escasez de agua, le resultaba imborrable e inolvidable. ¿Imaginación o coquetería femenina?
Rkia Okmenni
Rabat, 7 de diciembre de 2009
(Ejercicio basado en el cuento “Los besos” de Juan Carlos Onetti)
¡Eres una auténtica maestra a la hora de "explotar literariamente" los sentidos!
ResponderEliminarGracias a ti Ester, pude desarrollar mi lado literario.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu ayuda, tus esfuerzos y tu disponibilidad en TU TALLER o por correo.
Ester,
tu comentario me anima a seguir escribiendo.