TALLER DE ESCRITURA "A ORILLAS DEL BU REGREG" DEL INSTITUTO CERVANTES DE RABAT

Bienvenidos a «A orillas del Bu Regreg», el blog de los integrantes del Taller de lectura y escritura creativa, un curso especial que realizamos desde hace doce años en el Instituto Cervantes de Rabat (Marruecos).

En este espacio damos a conocer los cuentos, poemas y otros ejercicios de escritura que se proponen en clase y que realizan nuestros alumnos, aunque también publicamos colaboraciones de nuestros lectores.

Muchas gracias por leernos y por compartir vuestras opiniones.
Ester Rabasco Macías (profesora del Taller)

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miércoles, 5 de mayo de 2010

ODIO LOS DOMINGOS de FATINE SEBTI


Para todos los niños de mi barrio la cosa está clara y no da que pensar dos veces. La respuesta sería: ¡ir a la escuela! Pero la mía es algo diferente. Bueno, tampoco me gusta ir a clases aburridas, pero pienso que hay una cosa aún peor que ir al colegio: ir al hammam y dejar que allí te peinen el pelo. Por eso, odio los domingos, los primeros de cada mes.
Para empezar Laaziza me impide salir de la cama antes las diez de la mañana, porque ella se levanta a las tantas, pues dice que cada domingo su difunto marido le visita en sueños y que debe quedarse con él el mayor tiempo posible. Así que me despierto a las siete y media de la mañana y me quedo presa en mi habitación. Y eso que la vida en la casa de tía Awatif empieza a las seis de la mañana, incluso el domingo. ¡Qué suerte! A las ocho ya su comida está lista, el olor a pan blanco invade todo el barrio y se nos hace la boca agua. Salgo de la cama y abro la ventana, muerta de hambre y de impaciencia, y observo a la tata Hanane cuando se pone la hena en el pelo mientras escucha canciones egipcias y canta de vez en cuando con esa voz suya que parece la de un hombre. Ella va al hammam más temprano que nosotras. Y, claro, siempre tiene el mejor sitio, dice mamá Aicha. Aunque, para mí, todos son iguales.
Hablo un poco con mi pajarito y termino diciéndole que el difunto marido se me está haciendo pesado… Me vienen ganas de ir al baño, pero no me atrevo porque la habitación de Laaziza esta al lado de la mía y temo despertarla. No me gusta que me grite porque cuando empieza, ya sé que es para todo el día. Cojo una hoja y, entonces, a ella la dibujo dormida y a su marido, sin rasgos en la cara, pues no lo he visto jamás en mi vida, ya que además parece estar muerto ya desde hace siglos… Y le repito a la imagen que ya debería irse. Y luego la dibujo despierta estrujándose los ojos. Y como por arte de magia, algunos momentos después, ella toca a mi puerta y… ¡El día por fin empieza!
Voy al baño y bajo. Desayuno junto a Khadija, la hija pequeña de Laaziza (pues tiene otra ya grande y casada que vive en otro país y que cuando nos visita nunca nos trae regalos). Luego me ayuda a cambiarme de ropa, aunque yo puedo hacerlo sola. Me quedo un rato con mis padres en el jardín, jugando o terminando los deberes para el lunes. Mientras tanto, las chicas limpian la casa y se prepara la bolsa para ir al hammam. Aquí empieza la tarea de mamá Aicha. Ella, prepara los cubos, los jabones, la hena, el ghassoul, los guantes, la ropa, y nos lleva a Khadija, Sumiya, la hermana del Hachmi, y a mí al hammam. Al de la calle que está cerca de la casa de Laila y que llaman «Hammam El Hana», es decir, el baño de la prosperidad. ¡Y una porra! ¡Es más bien el infierno!
A todos les digo que no, pero sí que me cuesta desnudarme delante la gente. Aunque sea entre mujeres. Y es que para colmo hay otra cosa: tampoco me gusta ver a mujeres desnudas. Entramos en el hammam y la tiyaba, bajita y gordita y con una diente de oro (los otros son amarillos) se muestra simpática con nosotras y se ofrece para encargarse de mí. Yo le tiendo la mano a mamá Aicha, dándole a entender así mi rechazo. No me gusta esa mujer, hasta me da un poco de miedo, ya que me hace pensar en las brujas que transforman a los niños en saltamontes. Aunque yo sé que sólo se comporta así por la propina que le enviará mi madre. A continuación también ella nos guarda la ropa y nos lleva al mejor sitio posible para luego llenarnos los cubos. Mama Aicha entonces ya me quita la ropa, pero yo me dejo puesta la braga muy a su pesar.
Entramos en la primera pieza, la menos caliente, esa nunca está llena, sólo hay algunas jóvenes que se lavan sentadas, como todo el mundo. Pasamos a la segunda, más caliente, y ahí… Pues ahí sólo carne y carne y nada más que carne. Senos gigantes que casi rozan los suelos. Ante algunos yo juraría que están llenos de leche o quizás de agua y que basta pincharlos para que salga a chorros y se queden vacíos y flojos. Senos arrugados y tristes que, cuando son oscuros, me hacen pensar en berenjenas, hecho por el que finalmente aparto mi mirada. Pero esta carne está por todas partes. Hay barrigas enormes con varios niveles de grasa que esconden el ombligo y muslos tan infinitos que junto a sus barrigas no desean braga alguna.
Mama Aicha después de besar a las vecinas, a la mujer del dependiente y a la modista, y después de haber hablado del precio de las frutas, del tiempo y de la lluvia y de lo difícil que es la vida, por fin empieza a lavarme. Primero suavemente y luego me frota con vehemencia, para que me salga una piel muy dulce, dice ella. Y luego viene el momento inevitable, el de quitarme la braga. Lo hago casi con lágrimas, porque sé que todo el mundo espera este momento para fijarse en mí y reírse de no sé qué cosa. Intento no hacerles caso, pero no puedo. Y sólo veo mujeres con las piernas medio afeitadas y con el agua arrastrándoles el jabón mezclado con los pelos, todo lo cual acaba fluyendo hacia la mujer que tengan al lado. ¡Pero qué asco! Y ya hay otra que está quitándose la hena de los pelos con el peine y que deja que la rojiza agua se lleve el resto de trocitos grises que se ha quitado de la piel. ¡Qué lugar tan sucio para lavarse! Y es que mi mayor temor es parecerme a esas mujeres cuando crezca. No quiero engordar, no quiero tener senos. ¡Ojalá hubiera sido un chico! ¡Qué suerte tiene Hachmi!
La última tortura es la de peinar mis largos cabellos rebeldes. Yo querría cortármelos, pero mamá Aicha y Laaziza dicen que las niñas que se cortan el pelo nunca se casan. Aunque yo no he decidido aún si me quiero casar, así que por el momento me lo dejo largo por si acaso.
Y por fin volvemos a casa: yo cansada y poniéndome el pañuelo azul, muerta de hambre. Y eso sucede todos los primeros domingos de mes.
Sin embargo, este último fue diferente, ya que el difunto marido de Laaziza se quedó con ella más que de costumbre y también porque mamá Aicha cayó enferma. Me vino a despertar la hija de Laaziza que nunca trae regalos, estaba de vacaciones, y me dijo que le habían encargado que me llevara al hammam. Pero me dijo que ella conocía uno diferente y que seguramente me gustaría. Yo le dije que no había hammam en el universo que me pudiera gustar. Pero fuimos.
Al entrar nos dieron una hoja con un gran título «Reglamento interno», tata Hanane me explicó que allí no se podía tardar en salir del hammam más de una hora y que estaba prohibido afeitarse cualquier parte del cuerpo, que los que utilizaban la hena debían lavarse en habitaciones individuales y que no se podía tardar en salir del hammam más de una hora. Yo no me lo podía creer. ¡Aquel era el mejor hammam del mundo! Y haberme llevado hasta allí era el mejor regalo que me podía hacer la hija de Laaziza que nunca traía regalos. Todo estaba limpio y luminoso, la tiyaba llevaba un delantal blanco… ¡E incluso tenía una verdadera sonrisa de dientes muy blancos! La que se encargaba de mí, Maymuna, me lavó con jabones que olían a frutas. Me encantaron. Me sentía como en un jardín florecido en plena primavera. El agua no estaba muy caliente, era tibia y agradable y sobre todo transparente. El guante era blanco y dulce como si estuviera hecho de plumas de pato. Había bastante distancia entre una mujer y otra, así que ni siquiera me molestaba el hecho de quitarme la braga. Maymuna me inspiraba confianza y verdadera simpatía. Ni siquiera me peinó los cabellos y me dijo que estaban muy bonitos tal y como los llevaba, rebeldes. El tiempo pasó muy rápido. Al salir, me sentí muy relajada, para nada cansada y muy alegre. Me dije que debía enseñarle ese hammam a mamá Aicha. Así mis domingos se volverían agradables. ¡Y mi respuesta sería la misma que la de todos los niños del barrio! «¡En ese caso ya no habrá peor cosa que ir al colegio!», me decía a mí misma.
Pero, cuando mamá Aicha mejoró y le conté lo del hammam y lo del reglamento interno, no quiso creerme. Tata Hanane había regresado a su país y nadie me creyó. Dijeron que aquel día había tenido mucha fiebre y que no me había levantado de la cama en todo el día. Pero yo estoy segura de lo que digo, si quieren les digo dónde está y pueden ir hasta allí. Allí debe estar todavía mi pañuelo azul. Allí me lo olvidé y allí aún deben guardarlo.

Fatine Sebti
Rabat, 28 de abril de 2010
(Ejercicio basado en el tema de “Con los ojos cerrados” de Reinaldo Arenas)



4 comentarios:

  1. Fatine:
    Muy ilustrativo tu texto, sobre costumbres cotidianas, contadas con mucho ingenio. Nunca fui a un hammam. Me gustaría ir al que te levó Tata Hanane, y buscaría tu pañuelo azul.

    Ana

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  2. Gracias por tu comentario Ana :)

    La verdad es que solo fui una sola vez en mi vida al Hamam hace unos meses y creo la ultima! Pero lo vivi tal como lo cuento, solo la edad y los detailles cambian ;)

    Pero no todos son asi, hay que vivir la experiencia !!

    ResponderEliminar
  3. Además de tu estilo verdaderamente fluido, aprecio mucho el tema y las descripciones detalladas del Hamam.. Bravo Fatine.

    ResponderEliminar
  4. A mí me encanta cómo se caracterizan indirectamnete tus personajes desde sus pensamientos...

    ResponderEliminar

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PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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Rkia. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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Abdellah. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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Aïcha. PUESTA EN ESCENA DE POESÍA ESPAÑOLA

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